Si los obreros de las fábricas de tabaco cubanas han recibido, imperturbables en su labor, visitas de clientes tan particulares como Fidel Castro y Steven Spielberg –que cierta vez fueron juntos a Partagás-, Jack Nicholson, Gerard Depardieu, Matt Dillon, Michael Douglas y Whoopi Goldberg, quienes admiraron como simples fumadores el proceso artesanal de preparación de la hoja, la liga, la "moja", el despalillo y torcido, la selección final y el anillado hasta el acabado de las cajas y el embalaje, no es de extrañar que también hayan visto en ellas al mismísimo Quijote.
No, no es que el placer sensorial del humo produzca alucinaciones que hagan ver caballeros andantes frente a molinos de viento, sino que en las fábricas de la Isla, cunas del mejor tabaco del mundo, se creó también la figura de un lector que ameniza el trabajo de sus compañeros con historias y personajes de hondo calado humano.
La magia de estos enclaves permite entonces, por ejemplo, celebrar el Día del Idioma español repasando en voz alta inmortales estampas cervantinas. Lo que se llama valor agregado de un producto ya más que valioso: su entorno permite viajar a "…un lugar de La Mancha…" sin moverse de La Habana.
Sin embargo, las mejores historias, inéditas ellas, parecen estar allí, en los diálogos y las manos de cubanos sencillos dispuestos a mostrar y contar sin prisa, como quien enciende una breva al atardecer, sentado en un taburete. Excelencias, que muy bien pudiera prestar su nombre a estas fábricas de deleites, propone apenas breves trazos de dos de las más apreciadas: Partagás y La Corona.
Palacio de infinitas sensaciones
Muy probablemente la más conocida de Cuba, la fábrica Partagás es a la vez un museo -¿no ha sentido alguna vez el deseo de fumarse un museo?- y un sitio de venta que pone al alcance del visitante un abanico infinito de sensaciones. Ofrece más: en su barra brinda un café nacional que, en eso de aromático, no queda a la saga del producto líder del lugar. ¡Y, por supuesto, un trago de Havana Club resulta buen punto en boca para completar, en íntimo maridaje, una visita inolvidable!
Pero no hay que irse todavía de estas notas. La casa no lo perdonaría porque no hemos dicho que este palacio del buen fumador, situado a solo unos pasos del renovado Capitolio Nacional cubano, surgió en 1845, de manos del catalán Jaime Partagás, quien llegó a la Isla muy joven y rápidamente fue descubriendo, y haciendo rentables, los secretos que, de la vega campestre a la fábrica en la ciudad, explican por qué no hay dos tabacos iguales.
Esta fábrica fue la segunda en establecer al lector en su plantilla, de manera que, camino a sus dos siglos, varias generaciones de tabaqueros han sentido cercanos los éxitos y avatares de miles de personajes ficticios o reales recogidos en los textos de la literatura y el periodismo. El propio fundador de la marca, al parecer víctima de la ojeriza ajena ante su creciente éxito, tuvo un desenlace fatal que solo la permanencia de su apellido y su legado intacto parecen aliviar. ¿Cuántos millones de bocanadas se habrán dado en su honor?
El avispado catalán trabajó, invirtió, investigó e innovó en el entonces naciente negocio del tabaco; creó 67 vitolas diferentes, mezclando hojas distintas hasta lograr un producto que le dio un sello particular y le permitió ganar par de medallas de oro en las Ferias Internacionales de Industria y Comercio de París, en 1861 y 1867.
Entrado el siglo XXI, sus continuadores cubanos no le han hecho quedar mal. La Partagás de hoy es célebre por la calidad de sus puros, su ubicación en el corazón de La Habana y la maestría artesanal de una industria que resume, y rezuma, todo el saber acumulado hasta ahora.
Medio millar de obreros enrollan en el céntrico edificio de estilo colonial, primorosamente restaurado en 2013 y lleno en sí mismo de atributos patrimoniales, marcas y vitolas insignes. "¡Casi nada…!", dirá el conocedor. Casi todo, en efecto, lo que hace falta para fumar.
Corona de esencias
Un 16 de abril de cuyo año no puedo acordarme llegó a La Corona un embajador de España en Cuba. Su deseo era irreprochable, pues quería compartir en la tabaquería su conversación en el más bello recipiente que el mundo conoce para servirla: el idioma castellano.
Se hizo, pero Don Juan José Buitrago no fue el único orador. Odalys de la Caridad Lara, la lectora de la fábrica, no solo leyó aventuras del Caballero de la triste figura, sino que hizo comentarios sobre el estilo y valores de la novela modelo que compartimos a ambos lados del Atlántico.
Quienes quisieron celebrar el coloquio con un Habano estaban en el lugar ideal. La Corona es la mayor fábrica de tal tesoro y ese –junto con el de alumbrar allí las marcas San Cristóbal de La Habana, Cuaba, Romeo y Julieta, Por Larrañaga, La Gloria Cubana y Montecristo, entre otras- constituye uno de los mayores orgullos de sus más de 600 trabajadores, mujeres en mayoría.
La Corona es una de las marcas más antiguas de Cuba, pues fue registrada en 1845 por el español Perfecto López. A partir de entonces comenzó en un inmueble de la calle Curazao su largo historial de mudanzas, que incluye la estadía en el antiguo Palacio de Aldama.
Como industria, comenzó casi en la apertura exacta del siglo XX, en una formidable instalación en la calle Zulueta conocida como La Casa de Hierro, justo donde antes estuvo el teatro Villanueva, cerca de la entrada a la bahía habanera. El deterioro del edificio fundacional ocasionó el traslado de la planta a una construcción moderna, en la avenida 20 de mayo.
A su actual enclave, en la habanera zona de El Cerro, llegan a menudo grupos de turistas interesados en el proceso de elaboración manual de los puros Premium cubanos. Hábiles torcedores complacen este deseo y les muestran, con herramientas personalizadas, cómo despalillan las hojas, las clasifican para las ligadas y hacen –a ojo de buen tabaquero- la selección de las vitolas según el color, el grosor y el tamaño.
Fabricar a mano limpia el mejor tabaco del mundo es un emblema de Cuba, pero esta industria que mezcla campo y ciudad, ciencia y saberes tradicionales, modestia y oralidad… requiere un trabajo intenso.
Por ejemplo, en un día solamente los torcedores de La Corona pueden sumar unas 25 000 unidades, pero en ciertas jornadas "buenas" alcanzan las 30 000. Quién sabe si son esas veladas de trabajo en que un lector inspirado les entera de que, finalmente, el hidalgo de La Mancha partió al Toboso, a conquistar el gran amor de su vida.
Fuente: Revista Excelencias Turísticas del Caribe & Las Américas No. 175