Café con fragancia de mujer

Creado: Mar, 01/01/2019 - 15:25
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Antonio Henríquez
Categoría
cafe-taza

El cafeto, tiene sus orígenes en siglos anteriores a nuestra era, fue cultivado primitivamente en las montañas de Abisinia, actual Etiopía. Peregrinó por montes, desiertos y países de diferentes religiosidad, desde la Meca y el mundo musulmán, Turquía y  Europa, hasta llegar al nuevo mundo, y es  introducido en Las Antillas francesas en 1723 a través  de Martinica, a Saint Domingue.  Aunque el café ya era cultivado  en Cuba en 1748, su consumo en la  isla era de poca significación económica y  se expendía, por lo general, en farmacias.

En 1802, con la presencia de los colonos franceses emigrados de Haití, que  huyen hacia Cuba,  de las consecuencias de la revolución popular desatada en ese  país,  es cuando realmente se comienza a producir una verdadera organización en el cultivo y obtención del aromático grano.

Debido a la cercanía geográfica de Haití con la región oriental de Cuba, fue en ese territorio donde  los colonos franceses se asentaron y adquirieron tierras en las regiones montañosas, donde refundaron sus cafetales,  que poblaron como mano de obra, con sus esclavos, los que trajeron con ellos  desde la tierra haitiana. Fue tal el auge de la producción y expansión del cultivo en esas áreas, que las autoridades españolas de entonces decidieron abrir caminos entre los bosques para llevar hasta las desembocaduras al mar, la producción cafetalera. Ya en 1803 ascendían a cien mil las plantas de cafetos plantadas, y para 1807 se contaban con cuatro millones en sus 191 cafetales.

Esta rápida expansión, además de riquezas, importó el refinamiento francés a los cafetales y a las zonas cercanas a ellos, donde lujosas mansiones fueron erigidas y el gusto por lo francés, una costumbre. Exquisitas  veladas se organizaban  donde se bailaban  minué y  contradanzas, sirviendo de músicos los mismos esclavos negros de las plantaciones. Ostentosas vajillas y muebles de estilo poblaron esos palacetes en las montañas del oriente cubano; incluso se cuenta, que entre los primeros pianos que se importaron a Cuba, uno fue para una de las más acaudaladas familias francesas residente en uno de los renombrados cafetales de la zona. Era una suerte de enajenar  el aislamiento de habitar en medio de las montañas, envolviéndolo  en un sueño de comodidades y el buen vivir.

Las bondades económicas del cultivo del cafeto se extendieron, rápidamente, a otras regiones de la Isla, sobre todo a las del centro y occidente y siguieron siendo fomentadas por franceses expertos; estos ahora, provenientes de la Louisiana, Nueva Orleans, Carolina del Sur y Baltimore o de la propia Francia. Sobre ello el sabio cubano  Don Fernando Ortiz apuntó: "los cafetaleros casi todos franceses cultos, viejos y ricos colonos huidos de Haití o de Louisiana, del propio país galo, ellos trajeron a Cuba los refinamientos en ideas de aquella Francia napoleónica que se expandiera por el mundo. Los cafetaleros trajeron a Cuba exquisiteces antes aquí no acostumbradas y nuevas apetencias de cultura".

En 1827 existían 2067 cafetales en toda la isla, según el censo realizado ese año, propiedad de extranjeros de distintas procedencias, entre ellos uno de los más destacados, tanto por revolucionar muchos conceptos productivos y  por transformar el tratamiento humano en las condiciones de vida a sus  esclavos en su época de esplendor, fue el cafetal Angerona, en la provincia Artemisa. En medio de la campiña, al sur de La Habana, se conservan de forma precaria, las ruinas del  que otrora constituyó, uno de los cafetales más avanzados de su época. Fue el emigrante alemán, Cornelio Souchay, su amo y señor.

Pero Angerona no sólo fue un modelo adelantado en su época de organización productiva y belleza, sino también el escenario para una de las historias de amor más románticas que se puedan soñar, protagonizada entre un alemán y una aristocrática dama haitiana.

Cornelio Souchay llegó a Cuba en el año 1807;  procedente de Bremen que, como muchos otros en busca de fortuna, se lanzaba a conquistar nuevos horizontes y cuál mejor  lugar para apostar que Cuba, Isla promisoria de aventuras  y riquezas. Dos años después de explorar dónde invertir sus finanzas, una tarde, mientras paseaba por La Habana de entonces, vio y se deslumbró con la belleza de Úrsula Lambert, una valquiria de ébano, venida de Saint-Domingue, de exquisitos y elegantes modales, descendiente de una acaudalada familia negra haitiana. También ella se había exiliado en Cuba, después de la rebelión esclava en su natal país.

Souchay nunca imaginó que la atracción por la piel negra, con aromas y fragancias de perfumes franceses, con la que se encontró en una calle habanera, lo llevaría a experimentar un inusitado amor mucho más fuerte que la rigidez moral y el racismo imperante en esa época.

Cuando Souchay  contó con el suficiente capital y conocimiento del negocio del café, en el año 1813, compró una finca de un quinto de caballería dedicadas,  hasta entonces, al cultivo de la caña de azúcar  para convertirla en un cafetal el que, en unión de su adorada Úrsula, llamaron Angerona, nombre de la diosa romana del silencio, fundando así un imperio cafetalero haitiano-alemán en Cuba, que quedaría para la historia.

Se hicieron construir una casa señorial de arquitectura ecléctica sobre una pequeña colina. Para dar la bienvenida a los visitantes, colocaron en la entrada, sobre un mínimo pedestal, la imagen de la diosa Angerona esculpida en mármol de carrara.

La casa vivienda era una construcción neoclásica, estilo que se refleja de la tradición hispánica, como el barandaje  y la utilización de  rejas. Por ello podemos asumir que muy poco de los gustos ancestrales de la pareja se reflejaron en la ambientación, aunque lo más importante para Souchay  y Úrsula  constituía construir de la nada un monumental cafetal  a la altura de su inconmensurable romance: una fortaleza inexpugnable para el disfrute desenfrenado de su amor.

Junto a la casa se encontraba la tienda, y más allá, "el pueblo de los esclavos": amplia edificación llena de barracones, rodeada de una muralla y  como única puerta,  una amplia reja que se cerraba al atardecer  para dejar a buen recaudo la fuerza esclava  hasta el alba,  con la cual se abría paso a las labores en los campos.

Hacia el fondo de este conglomerado se encontraban los aljibes, impresionantes testimonios de una monumental obra hidráulica, que surtía de agua a todo el cafetal.

El cuidado de la siembra, bajo el estricto y perfecto orden de Souchay y el toque femenino y armonioso de Úrsula, desarrolló una fértil prosperidad convirtiendo a Angerona en el segundo cafetal en importancia de Cuba.

Este emporio cafetalero llegó a tener una extensión de 538 hectáreas, con una producción de 150,000 libras del aromático grano. Sus  más de 450 esclavos gozaban de un trato preferencial frente a los desmanes que se cometían en otras plantaciones con sus iguales traídos del África.

Numerosos visitantes del exterior hicieron un alto en el camino de Angerona, entre ellos el reverendo y cronista  norteamericano Abbiel Abbot en el año 1828; el reverendo  refirió una conversación que sostuvo con Souchay, donde este último se mostraba partidario de que los esclavos deberían de poseer dinero, pero a la vez gastarlo. Para concretar su filosofía, el alemán tenía dentro de sus predios una tienda donde su dotación estaba obligada a comprar todas sus necesidades de ropa, alimentos y enseres de cocina, con el mismo dinero que se  les pagaba por sus faenas.

El alemán  y su concubina le daban, además, ciertas atenciones a sus esclavos con el objetivo de  garantizar una mayor productividad en sus labores cafetaleras, las que incluían los cuidados a las mujeres en estado de gestación y a los niños, a los cuales veían como el relevo productivo de su cafetal.

A tal punto llegaron las ideas reformadoras de la pareja, que idearon formar una banda de música compuesta por 40 esclavos. Compraron los instrumentos y se contrató a un importante profesor de música habanero para la conformación de la misma  y la ejecución musical, en sus actividades sociales. Sobre la concreción o no de este proyecto, no existen testimonios confiables.

El suntuoso mobiliario, los bellos jardines y hasta un cuidado y "acogedor" cementerio familiar, rodeado de pinos y cipreses, despertaban admiración por el orden y buen gusto destilados por toda la propiedad de los amantes. Los estantes de la biblioteca, confeccionados con finas maderas, contenían más de 500 títulos en distintos idiomas y su escritorio, enchapado en caoba, seria testigo de la firma del testamento de Souchay,  dejando todos sus bienes a nombre de su amada Úrsula, en honor a la cual modificó oficialmente su propia firma, por la de "Roble de Olor".

Lo único que la pareja no pudo fructificar en Angerona fue  lograr una descendencia, lo que acarreó graves consecuencias posteriores, pues el 13 de julio de 1837, Souchay dejó de existir repentinamente, llevándose con él  la pasión por su “Roble de Olor”, por el café y por la tierra cubana donde tanta dicha y amor había conquistado.

Como el matrimonio entre Úrsula y Cornelio nunca se consumó legalmente, ni existía  descendencia  conocida y la fortuna atesorada por el alemán era suculenta, de inmediato aparecieron los parientes germanos reclamando sus derechos  hereditarios y, mediante artimañas legales, despojaron a Úrsula del patrimonio que por voluntad expresa de Souchay le correspondía.

Finalmente derrotada y sin fortuna, Úrsula Lambert regresó a La Habana y abrió un modesto taller de costura, sobreviviendo durante los siguientes 23 años, hasta su muerte, con el recuerdo y dolor de la pérdida de su Roble de olor.

En el año 1845, el desarrollo impetuoso del cultivo de la caña de azúcar  le infringió un golpe mortal a la producción cafetalera de Cuba  ya afectada también, por ciclones tropicales, la  caída de los precios en el mercado internacional  y la calidad del café de otros países productores de Latinoamérica y el Caribe, lo que conllevó a que los herederos  vendieran Angerona  para comprar un ingenio azucarero llevándose, además, a sus esclavos para el corte de la caña de azúcar.

Fueron demolidas por los nuevos dueños de Angerona,  las plantaciones de café y convertidas en sembrados de caña de azúcar   que necesitaban del sol para su crecimiento, por lo que los bellos jardines y arboledas desaparecieron. El tiempo y el olvido se adueñaron de cada rincón de Angerona y con ello comenzaron a apagarse los ecos y  remembranzas del intenso amor entre Souchay y Úrsula y sus instalaciones echadas al olvido.

Hoy sólo existen algunas ruinas   de lo que fue Angerona, sólo queda en pie la famosa estatua de mármol mutilada de la diosa del silencio que se niega a desaparecer.  A algunos, cuando hemos visitado las ruinas del lugar tratando de imaginar cómo sería  su esplendoroso pasado, nos llega, de forma inexplicable, tenues fragancias  de perfumes de mujer y olor a roble y, cuando alzamos la vista a la maltrecha estatua y observamos los casi desechos dedos de la diosa Angerona, cerca de sus labios, nos parece que nos dice: Hagan silencio que ahora ellos se están amanado.

 

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