Este 15 de enero toca el turno de homenajear al bagel, este pan redondo y hundido en su centro tan peculiar que nunca falta en los menús de brunch. Aunque se ha internacionalizado bastante, sus orígenes son polacos. La receta nació en una época tan temprana como el siglo XVII y cuentan que fue en homenaje a la victoria del rey Juan III Sobieski en 1683.
Así, se convirtió en un símbolo de celebración sobre todo para la comunidad judía polaca. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, el bagel cruzó fronteras y llegó a países como Inglaterra, Canadá y Estados Unidos, en especial la ciudad de Nueva York que lo adoptó entre sus desayunos favoritos.
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La receta
El secreto de la receta radica en el proceso de cocción: un hervor previo al horneado que le otorga su textura única, con una corteza ligeramente crujiente y un interior denso y suave. La combinación no puede ser más apetecible.
Para hacerlo basta con hacer una masa con harina de fuerza (de trigo), levadura, azúcar, sal y agua tibia, la cual se moldea en aros, se sumerge en agua con bicarbonato y se hornea hasta alcanzar un color dorado. Así se torna base ideal para añadir ingredientes como el salmón ahumado y queso crema, aunque las versiones son infinitas.
Sabores en forma de aro
El bagel clásico es el de salmón ahumado, queso crema, alcaparras y cebolla morada. Aunque, una alternativa muy popular en Nueva York son los “everything bagels”, cubiertos con semillas de sésamo, ajo y cebolla
Asimismo, han emergido opciones veganas que cambian estos ingredientes por hummus, aguacate, tomate y espinaca e incluso se han aventurado a ponerle un toque dulce poniéndoles de relleno crema de avellanas, frutillas, bananas y miel. Otras adaptan la receta a la cocina local, de ahí que se pueda hallar también con trufa o ingredientes asiáticos. La creatividad en el bagel no tiene límites, y lo mejor es que en cualquiera de sus variantes encanta.