San Valentín es la celebración perfecta para disfrutar del preciado chocolate tanto para los románticos como para los que no lo son tanto, pero adoran degustarlo. La idea de regalar y compartir románticas tentaciones de cacao se extiende a medio mundo. ¿Hay algún motivo detrás de esta costumbre? ¿Por qué es tan típico regalar y comer chocolate en San Valentín?
Los orígenes del Día de San Valentín
Hoy nos parece que San Valentín es una "fiesta" inventada por la publicidad y el cine americano, pero lo cierto es que sus orígenes se remontan a la Antigüedad. Está dedicado al santo del mismo nombre que se apropió de otra festividad mucho más antigua y pagana, como ha ocurrido con otros tantos días de nuestro calendario.
En la antigua Roma se celebraban entre el 13 y 15 de febrero las fiestas lupercales o Lupercalia, en honor al dios Luperco. Era el protector de los pastores y sus rebaños, también asociado a Fauno y la fertilidad e identificado con la figura del lobo. Según la leyenda, el dios tomó la forma de la loba Luperca para amamantar a Rómulo y Remo, fundadores de la propia Roma. También se festejaba en honor a Juno, diosa del matrimonio.
En definitiva, la Lupercalia era una fiesta que celebraba la fertilidad, aunque de una forma un tanto peculiar. Los sacerdotes luperci sacrificaban animales con cuya piel mojada en sangre se elaboraban una especie de látigos que los hombres usaban para golpear los campos y las mujeres, repartiendo fertilidad. Al parecer, la jornada solía terminar en excesos, orgías e incluso gente corriendo desnuda por las calles.
La Lupercalia se siguió celebrando durante siglos por toda Roma hasta que a finales del siglo V se quiso prohibir, como sucedió con otras fiestas populares. Para ello, el papa Gelasio I buscó otra celebración con la que sustituir la fiesta pagana, una que estuviera más acorde con los principios católicos.
San Valentín parece unir en una misma figura dos mártires del mismo nombre recogidos en el 'Martirologio Romano'. El primero fue un sacerdote romano decapitado en el año 268, y el segundo un obispo decapitado en 273 bajo las persecuciones de Aureliano. La sepultura de ambos en la vía Flaminia y un martirio similar parece identificar a ambos Valentín en el mismo santo.
Su culto se difundió mayoritariamente durante la Alta Edad Media en Francia y en Italia, pero fue más seguido en Alemania, de donde proviene casi toda la iconografía conservada. Es el protector de los epilépticos pero más ha trascendido la protección de los amantes y enamorados, una tradición que se extendió a partir del siglo XV a raíz de un poema.
El británico Geoffrey Chaucer publicó en 1382 el "Parlement of Foules" (Parlamento de las Aves) en honor del matrimonio de Rey Ricardo II de Inglaterra y Ana de Bohemia, e incluyó unos versos en los que asocia el día de San Valentín al emparejamiento y anidamiento de los pájaros. La asociación de ideas se fue asentando entre la población y ya en el siglo XV se extendió la costumbre de celebrar el amor con juegos, banquetes y el envío de cartas, tarjetas y poemas.
¿Y qué pasaba con el chocolate?
Ya sabemos que el cacao solo llegó a nosotros a partir del descubrimiento de América, y que en un principio solo se consumía como bebida. Por eso es lógico pensar que la idea de unir San Valentín con el chocolate tendría que esperar unos cuantos siglos.
Fue ya en el siglo XIX cuando se popularizó entre la población general la costumbre de intercambiar y enviar misivas amorosas el 14 de febrero. El propio contexto histórico contribuyó a ello con factores como la Revolución Industrial, los avances en la imprenta y el sistema de correos, el tímido surgir de la cultura del ocio, el nacimiento de la publicidad, etc.
Se convirtió en una tradición fundamentalmente anglosajona, con fuerte arraigo en Gran Bretaña y también, por extensión, en Estados Unidos. Eran muy populares las tarjetas decoradas con imágenes románticas y una buena abundancia de lazos, flores, corazones y flechas. Y también podían acompañarse de otros regalos.
Para entonces el chocolate ya se había ganado una buena reputación como producto de dulce deseo, y su producción como hoy lo conocemos estaba en pleno desarrollo. A las primitivas tabletas solidificadas le sucedieron distintos hitos que, poco a poco, fueron dando forma a la tentadora y lucrativa industria del chocolate elaborado.
El poder seductor del chocolate
La planta del cacao tenía una gran importancia en la vida de los aztecas. Usaban las semillas como moneda y consumían la bebida -nada dulce- como alimento nutritivo y estimulante, además de ligarlo a rituales religiosos. Se consideraba un regalo de Quetzalcóatl, alimento de los dioses y asociado a las clases más altas; además se dice que Monctezuma lo tomaba para estimular su virilidad y tener éxito con el sexo femenino.
Colón no llegó a probar el cacao pero sí lo haría Hernán Cortés en 1519, que contó en sus cartas al monarca Carlos I cómo los aztecas les habían ofrecido cacahuátl, una bebida de cacao que daba vigor y fuerza. Más tarde, José de Acosta contaba en 'Historia natural y moral de la Indias' (1590) cómo el xocolátl se había convertido en uno de los productos favoritos de los españoles en las Indias. Al añadirle azúcar y especias, el chocolate a la taza tardaría poco en conquistar Europa.
Era una bebida que enganchaba, tanto que incluso llegó a preocupar a la Iglesia si abusar de ella sería pecado o sin tomar chocolate rompía el ayuno de abstinencia. En cualquier caso, se extendió por todo el continente europeo arrastrando consigo la fama de sus poderes vigorizantes y afrodisiacos, incluso se empleaba el cacao como tratamiento contra la impotencia y la infertilidad.
En el siglo XIX la producción del chocolate se había abaratado notablemente. Ya era accesible a las clases medias y a la incipiente población obrera, igual que las tarjetas de San Valentín que estaban viviendo su momento cumbre. La industrialización dio pie a que ambos productos se produjeran en masa y así el destino los uniría para siempre; con una pequeña ayuda.
La compañía que aprovechó el gusto victoriano por el chocolate
Giacomo Casanova y el Marqués de Sade ya habían celebrado el poder del chocolate en materia amorosa, pero sería la sociedad victoriana la que lo convirtió en arma de seducción. Publicaciones de la época que ilustraban sobre normas de etiqueta avisaban de que regalar chocolates a una mujer equivalía a toda una declaración de amor. Y por supuesto, de ello se aprovecharía la nueva industria chocolatera.
Richard Carbury, uno de los herederos de la hoy multinacional Cadbury, lanzó en 1861 sus primeras Fancy Boxes, cajas de bombones y chocolates rellenos de mazapán y cremas con una llamativa decoración algo sobrecargada, muy del gusto de la época. Y visto el éxito, en 1868 creó una caja especial para San Valentín con forma de corazón. Tenía además doble utilidad, ya que el bonito embalaje serviría para que los enamorados guardaran dentro las cartas y tarjetas de sus pretendientes.
Los rivales directos de Cardbury no tardarían en copiar la idea y la estrategia de marketing se extendió rápidamente por todo el país, triunfando pronto en Estados Unidos y, poco a poco, en toda Europa. Las campañas de publicidad, la cultura popular y, más tarde, el cine y la televisión, ayudaron a consolidar el chocolate como el regalo más tradicional de San Valentín.
El supuesto poder afrodisíaco del chocolate no está demostrado, pero sí es cierto que contiene sustancias que estimulan sensaciones placenteras y el buen humor. Lo que no se puede negar es que es toda una tentación a la que es difícil resistirse y tiene un gran poder psicológico para seducir y modificar nuestro estado de ánimo.
Un buen chocolate o unos bombones me parecen un regalo fantástico para cualquier ocasión, pero no hace falta que venga vestido de corazón o dentro de una caja con lazos rojos. Si queréis tener un detalle con un verdadero amante del chocolate, apostad por alguna variedad realmente especial y de calidad. El toque romántico ya puede ponerlo cada uno a su manera.
Fuente: Directo al Paladar