En los meses de verano las temperaturas se disparan y conviene adaptar los hábitos alimenticios al nuevo contexto.
Alcohol, crianza, acidez y taninos son cuatro de los conceptos básicos que hay que tener en cuenta a la hora de elegir un buen vino para combinar con los platos más habituales durante el verano.
1- Vinos de baja graduación
Alcohol es sinónimo de calidez y, por tanto, los vinos de alta graduación no tienen cabida durante los meses de temperaturas más elevadas; vinos blancos afrutados y ligeros son idóneos para acompañar infinidad de entrantes, tales como ensaladas (especialmente con frutas) o aperitivos.
2- Vinos sin paso por madera
La crianza en madera aporta calidez a los vinos blancos, por lo tanto, si lo que se busca en un vino durante el verano es una reconfortante sensación de frescor, resulta clave apostar por vinos sin paso por madera y poco tánicos. Vinos blancos de uva Chardonnay o algún Verdejo adoran el bacalao y los quesos frescos.
3- Vinos de regiones frías
La acidez se antoja fundamental para dotar de tensión a los vinos y combatir cualquier leve porcentaje de grasa en los platos. Así, se debe apostar por vinos de zonas frescas o frías para asegurarnos vinos vibrantes, como el txakoli, que puedan estar a la altura ante un pescado graso como un salmón o ante un queso cremoso.
4- Taninos moderados
Y, finalmente, resulta vital destacar que los vinos rosados y tintos también pueden acompañar algunos de nuestros platos preferidos durante el verano. El requisito principal para que la combinación vino-estación funcione, debe ser la moderación de los taninos.
Tintos sin crianza y elaborados con métodos como la maceración carbónica, resultan extraordinarios con sardinas a la brasa o tostadas de embutidos diversos. Los vinos rosados con leve maceración de las pieles son sumamente elegantes y permiten gozar de platos de sushi y ensaladas con flores.
Fuente: Vinetur