Frigopie o Mikolápiz; sandwich de nata o un cono; una paleta de sandía o un flash… ¿quién no desea que llegue el verano para comerse un helado cuando más calor hace? Qué fácil es disfrutar incluso cuando se derrite por las manos. Y qué difícil elegir entre tantísimas opciones. Pista: ve a por todas, hay mucho verano por delante.
Para pequeños y mayores, los helados y el verano son una de esas duplas infalibles cuando llega el calor. Ya no solo es su sabor, ni la sensación de frescor que deja en el cuerpo tras comérselo (que también), sino la experiencia de comerse y disfrutar de un buen helado.
Es uno de esos antojos a los que casi nadie se puede resistir. Tan solo hay que recordar cuantas risas han habido alrededor de comerse un archiconocido pirulo hasta descubrir la pistola de agua que portaba como palo y cuantas partidas de cartas se han perdido con unos calipos de lima y fresa en la piscina del pueblo, por no olvidar a todos esos niños pidiendo una moneda a papá y mamá, al buelo y a la tía, para comprar un Maxibon en el quiosco local para que, muy probablemente, acabe en el suelo, olvidado y derretido por ir a jugar al balón o tirarse en bomba a la piscina.
Los helados son icónicos en toda la cultura iberoamericana, aunque su origen se encuentre en la China de hace tres mil años. En el siglo XVII comenzó su viaje por Italia y Estados Unidos, quienes vieron que de una crema de agua o leche y fruta, no solo se podía construir una industria sino también una identidad colectiva que resurge cada verano y se congela cuando llega el invierno y que se caracteriza por sacar una sonrisa a cualquiera con tan solo una cucharada.
De hecho, la idea de los helados crea cierta nostalgia -de la buena- por recordar aquellos que tomábamos de pequeños y que ya no se ven, pero igual que con la ropa, la moda es cíclica y se readapta. Aquella “época dorada” de los helados de final del XX no se ha olvidado, pero ha cambiado, pues de comer un bloque de helado tricolor entre galletas ahora se lleva el yogur helado con toppings dentro de un gofre y se ha pasado de la tarrina de chocomenta a la de té matcha. Los gustos se adaptan a los sabores que cosumen las personas en cada momento y que la globalización ha contruibido a introducir, descubriendo nuevos paladares.
Si el calor te ha sorprendido con el congelador vacío, y el bolsillo también, tampoco te preocupes, que hacer helado en casa es de lo más sencillo, barato y divertido, más aún si hay niños de por medio, que no pararán de preguntar “¿ya me lo puedo comer?” cuando lleve una friolera de dos mintuos refrigerando. Licuar fruta y añadir agua o clavarle una cuchara a ese yogur perdido en el frigorífico, unas cuantas horas en el congelador (ya sé que es dificil, pero aguanta, por favor) y a disfrutar, ¡que ya es verano!