Hace menos de un mes Morfo abrió sus puertas. Pero incluso un poco antes, el Food Design Fest ya creaba la expectativa en torno al concepto que Asesina Suárez y Lisandro Illa han traído a Madrid, convirtiéndola en la primera ciudad en contar con una galería culinaria del mundo. La noticia se expandió como pólvora y a la vez, suscitó muchas interrogantes.
¿Arte visual? ¿Gastronomía? No sería la primera ocasión en que la culinaria se cataloga como arte por la naturaleza creativa que entraña. Sin embargo, la iniciativa iba más allá de estos debates. La manera en la que han planteado este espacio está a medio camino entre ambos.
A los lienzos tradicionales de algún plato, esculturas o instalaciones de accesorios y mobiliarios de cocina se suman menús que van desde guisos a tartas, en diálogo directo con la obra. A este tipo de experimento creativo es a lo que el binomio argentino llama activaciones. La próxima será el 1 y 2 de noviembre, a propósito del Día de muertos, donde la obra de Suksu ha sido la inspiración para diseñar una experiencia de cocina de olla.
Arte y gastronomía: el punto de partida
El binomio arte y gastronomía se encarna en la pareja de artista y cocinero empírico que forman Asesina y Lisandro. Emprender un proyecto juntos, donde las fortalezas e intereses de ambos estuvieran en comunión fueron la raíz de Morfo, cuya palabra entraña la ambigüedad de un espacio donde si hay algo claro es la pluralidad de interpretaciones.
“Nuestro último background fue organizar actividades culturales, eventos y proyectos masivos. Yo siempre trabajé en la estética, como directora de arte, y siempre me gustó ponerle mi toque a todo. Lisandro, por su parte, tiene formación en gastronomía”. Así recuerda la joven los inicios de la propuesta.
Pero, a Lisandro el mundo del arte tampoco le resultaba desconocido: “Antes de inclinarme al arte culinario trabajé en producción creativa, curaduría y en shows de música y cine. Sin embargo, la cocina siempre fue mi pasión, aunque al principio era solo un hobby. Con la pandemia empecé a experimentar y hacer cosas diferentes. Ahí entré al mundo de la alta cocina en Berlín y luego en el Noma de Copenhague, pero la experiencia me demostró que aunque me siguiera gustando la gastronomía, mi camino era hacerla a través de formatos no convencionales”.
A partir de entonces la idea de poner un proyecto gastronómico migró a una galería de arte gastronómico. “En ello influyó mucho la oportunidad que tuvimos en Buenos Aires de crear una instalación culinaria. La obra era un “suelo de bosque” comestible o recolección. Estaba hecho con cerámicas que representaban piedras, tierra y frutas que parecían podridas, pero eran fermentadas. La gente podía ir descubriendo y comiendo cada elemento. Vimos que la experiencia fue bien recibida y decidimos que era la forma ideal de presentar la gastronomía como arte”, expresa Illa.
Morfo se planteó desde los primeros bocetos como una plataforma innovadora, de la que nunca antes hubo referentes. No es un superclub ni un catering ni un estudioso creativo, pero a la vez es un poco de todos.
La noción de arte culinario que defiende en Morfo trasciende el mero reflejo de la culinaria en una obra plana. Su concepto va de intervenir el espacio en general, o sea, que se pueda consumir la obra y que se pueda apreciar a la vez.
Al respecto, Suárez subraya que la propia obra puede ser comestible, como el caso de Dalila Virgolini, quien suele hacer elaboraciones culinarias y retratar tanto su consumo como ingredientes en series fotográficas, o Josefina Sierra, autora de esculturas a partir de productos como pastas, galletas, etc. Otros, como por ejemplo, Santiago Paredes, o Nicolás Romero componen su obra a partir de la pintura de cuestiones referentes a la gastronomía.
El momento de activar ingenio y paladar
Para hacer posible la experiencia, la pareja acudió a amigos y referentes que conocían de redes sociales o visitas a galerías. Así llegaron al primer catálogo del establecimiento, las firmas de la exposición inaugural y activación. “Seleccionamos artistas cuyo trabajo pudiera integrarse en nuestra visión de arte y gastronomía y así conformamos el catálogo de la galería. Las elaboraciones del menú corren a cargo de ambos”, explica Lisandro.
La dinámica del espacio tiene su colofón en las activaciones, una apertura al público donde los artistas comparten con espectadores aunando todos los sentidos. Para la inauguración hicimos un meta banquete con el tema de los residuos en la alta cocina. De esta forma, la comida que se ofreció venía en tuppers como de take away, simulando comida que sobró, rememora.
“Incluimos una "seta crucificada", que representaba a los trabajadores de la alta cocina, y alimentos en tuppers, como cuando un chef se lleva las sobras a casa. Esto sorprendió mucho al público”, añade Suárez
La idea es mantener las activaciones culinarias periódicas. Justo este “meta banquete” se repetirá a mediados de noviembre, pero de forma ampliada. “Queremos que las experiencias sean accesibles, democratizar el arte y la gastronomía como un evento de alta cocina, pero a un precio más asequible. Nos interesa que el público entienda bien la propuesta y se involucre. Es un concepto nuevo y buscamos comunicarlo correctamente para que la gente lo valore y lo disfrute”, concluye Lisandro.
Portada cortesía de Catalina Romero