Bogotá es una ciudad con particularidades encantadoras. Un mundo diverso, con la integración de infinidad de culturas. Sin importar si se es local o foráneo, se han creado tradiciones propias, aquellas que nos identifican como colombianos y, en casos específicos, como habitantes de la capital del país.
Las celebraciones de fin de año modifican las costumbres habituales de la sociedad; el espíritu festivo empieza a sentirse cuando al año aún le faltan varios meses para terminar. Un claro ejemplo es el jingle en las emisoras que dice:
“Desde septiembre se siente que viene diciembre”, y tan solo con esa frase, todo el ambiente de la capital comienza a transformarse.
Finalmente, llega diciembre y la alegría se extiende a nivel general como si se esparciera en el aire. Las noches se engalanan con adornos especiales: luces blancas, y en muchos casos, de múltiples colores; las calles aumentan su bullicio, las ventas ambulantes proliferan y el comercio despliega sus productos y artículos para las celebraciones que se avecinan.
Dentro de aquellas costumbres, uno de los elementos más ligados a las festividades de fin de año es la oferta gastronómica. Diciembre huele a natilla, buñuelos, tamales, lechona, y otros platos tradicionales. Algunas preparaciones y tradiciones resurgen de un letargo de once meses para volver a ser protagonistas.
Las plazas de mercado aumentan su actividad. Es mágico visitar estos lugares, una experiencia única donde predominan los colores naturales, los aromas frutales y herbales, y la calidez de la gente ofreciendo sus productos. En sus restaurantes se sirven platos abundantes que cuentan fragmentos de tradición, historias de superación, resistencia, amor por los productos locales y los territorios con los que cada cocinero se identifica. Muchas banderas se izan dentro de un mismo lugar, representando una maravillosa multiculturalidad.
El 7 de diciembre llega la primera celebración cuando, a los alumbrados tradicionales, se suman las velas y faroles, encendidos en señal de unión y calidez del hogar, símbolo de fe, esperanza y protección. Así se da inicio a la temporada navideña.
Empieza entonces el desfile de natillas en sus múltiples versiones, con ingredientes como la panela, a veces frutas, y el tradicional coco, con la infaltable adición de canela. Preparada en ollas y calderos, la natilla es una mezcla de leche con féculas y saborizantes, removida pacientemente hasta obtener su textura cremosa. En Bogotá, la natilla es un elemento indispensable de la navidad, presente en todos los sectores de la sociedad.
Los buñuelos también son esenciales en estas festividades: una masa que, curiosamente, se voltea por sí sola al freírse, alcanzando su dorado color y corteza crujiente, mientras el interior se mantiene suave y esponjoso.
La cocina callejera cobra protagonismo con pequeños puestos, a veces improvisados, que, con el aroma de estas masas fritas, atraen a centenares de clientes. Las natillas y los buñuelos suelen acompañarse de jaleas o dulces a base de leche, convirtiéndose en un clásico manjar durante las novenas, realizadas cada noche entre el 16 y el 24 de diciembre, fieles acompañantes del canto de los villancicos que reúnen a familias y amigos.
Durante estos nueve días, se comparten diversos platos de la cocina clásica que aumentan su protagonismo el 24 de diciembre, en la nochebuena. Es un momento especial en el que grandes y pequeños se reúnen alrededor de la mesa para disfrutar de una cena festiva. El ajiaco santafereño es uno de los platos más representativos; aunque no es exclusivo de esta época, se ha convertido en un ícono de reunión familiar. Con múltiples versiones, esta sopa espesa de varias papas, mazorca y pollo, aromatizada con guascas y adornada con alcaparras y crema de leche, ha sido esencial para reconfortar el cuerpo en las frías noches bogotanas.
Es importante destacar a las abuelas, guardianas de las recetas tradicionales, quienes perpetúan estas costumbres de generación en generación. Cada cultura conserva su esencia, y por eso es común ver en las mesas platos como pavo relleno, lechona, tamales, una variedad de arroces y ensaladas, culminando con un infaltable postre que deja cada sabor y aroma como un recuerdo exclusivo de la navidad bogotana.
La medianoche llega con fuegos artificiales, y uno de los momentos más esperados: la entrega de regalos. Los niños disfrutan de sus obsequios mientras los adultos comparten anécdotas que dan por terminada la velada.
Así, entre platos llenos de historia y amor, Bogotá vive cada navidad con una alegría que impregna las calles y los hogares, dejando en cada rincón el inconfundible sabor de la tradición.
A medida que diciembre avanza, el fin de año se acerca con nuevas expectativas. La sociedad bogotana se prepara para compartir las tradiciones de la nochevieja, donde sabores navideños regresan y otros se integran a la cena de medianoche. Algunas mesas presentan la famosa lechona, que, con o sin arroz, se caracteriza por estar rellena de sus propias carnes, arvejas y un toque de especias. Es un plato ampliamente aceptado por la afinidad al consumo de cerdo y la crocante piel dorada que lo cubre.
Otros prefieren el pavo o el pernil de cerdo, mientras que algunos optan por una cena de tamales, envueltos en hojas de plátano, rellenos de masa de maíz y carnes de res, cerdo o pollo, con arvejas y zanahoria. Cada familia tiene su tradición, y las costumbres de los extranjeros radicados en Bogotá también se han integrado a estas celebraciones. La cena se convierte en un momento especial para despedir el año y dar la bienvenida al nuevo, con sentimientos encontrados, esperanza y grandes expectativas.
Al aproximarse la medianoche, hacen su aparición los rituales para atraer prosperidad y buenos augurios para el año nuevo. Entre las costumbres destaca el consumo de doce uvas, una por cada campanada que despide el año, cada una representando un deseo especial. El nuevo año se recibe con un brindis, mientras algunos salen a la calle con maletas, en un acto simbólico para atraer nuevos viajes, y otros colocan granos de lentejas en sus bolsillos como símbolo de prosperidad.
La noche culmina entre abrazos y emociones que evocan el año anterior, con expresiones de gratitud y amor por los seres queridos, y nuevas metas compartidas en familia. Así se recibe el amanecer del nuevo año en unión, alegría y paz, con nuevas experiencias por vivir y la certeza de que, al llegar otro diciembre, las tradiciones y sabores de fin de año regresarán para alimentar con amor los hogares y el corazón de Bogotá.