La comida favorita del Papa Francisco: llena de significado

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Verónica de Santiago
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Comida Papa Francisco

El Papa Francisco, nacido en Buenos Aires, no solo ha llamado la atención por su estilo de vida austero y cercano, sino también por sus gustos sencillos a la hora de comer. A diferencia de lo que se podría imaginar de él, su comida favorita no tiene nada de sofisticado.

Su plato preferido es uno que muchos argentinos reconocen como símbolo de hogar: los “ñoquis” caseros, especialmente los de patata, con salsa de tomate o pesto, un plato clásico de la cocina italiana que también se ha vuelto parte del repertorio culinario argentino. De hecho, en Argentina existe una tradición de comer ñoquis los días 29 de cada mes, a menudo acompañados de un billete debajo del plato como símbolo de buenos deseos económicos. Francisco, de origen italiano por parte de sus padres, siempre ha mostrado aprecio por este plato humilde pero sabroso, preparado con patata, harina y a veces queso rallado, y servido con abundante salsa de tomate.

Así, incluso tras una hospitalización, cuando otros podrían pedir un menú especial, Francisco elige lo de siempre: comida casera, con sabor a barrio y recuerdo. Su recuperación no solo pasa por medicamentos o descanso, sino también por volver a lo conocido. Y en su mesa, como en su mensaje al mundo, hay una lección: en lo simple está lo esencial.

Tras su reciente salida del hospital Gemelli, donde fue ingresado por motivos de salud, el pontífice retomará poco a poco su rutina, y con ello, la oportunidad de volver a disfrutar de algunos de sus platos preferidos, esos sabores que le conectan con su infancia, su tierra y sus raíces.

Otro de los sabores que lo transportan a su juventud en Buenos Aires es la bagna cauda, una preparación típica del Piamonte que también fue adoptada por muchas familias inmigrantes italianas en Argentina. Hecha con ajo, anchoas y crema, esta salsa caliente se sirve como fondue y se acompaña de vegetales cocidos o crudos. El papa la recuerda como parte de las reuniones familiares en días fríos, un plato reconfortante y lleno de historia.

Seria imposible que no le gustasen las  empanadas argentinas, una verdadera institución gastronómica en su país. Ya sean de carne cortada a cuchillo, de jamón y queso, de humita o de pollo, las empanadas evocan celebraciones, encuentros y afecto. En su época como arzobispo de Buenos Aires, no era raro que compartiera empanadas con los fieles o las recibiera como obsequio en su oficina.

Lleva en Roma más de una década y el papa sigue fiel a la pizza—pero no cualquier pizza. Tiene especial predilección por la pizza de mozzarella, sencilla, sin adornos, como él. En una entrevista, comentó que lo que más extrañaba durante sus años de seminario era poder salir a caminar por la calle y comer una porción de pizza.

Y, por supuesto, no puede faltar la carne argentina, célebre en el mundo entero. Francisco ha contado en varias ocasiones que disfruta de un buen asado, aunque en el Vaticano su dieta es mucho más moderada.

Para los momentos dulces, no hay delicia que lo conmueva más que el dulce de leche, presente en múltiples postres argentinos, y los alfajores, esas galletas rellenas y espolvoreadas con azúcar impalpable o cubiertas de chocolate. Ambos lo remiten a la infancia y al sabor de lo auténtico.

En su recuperación, estos platos no solo representan alimento físico, sino también una forma de volver a lo esencial: a la familia, a los recuerdos y a la tierra que lo vio crecer. Porque a veces, el mejor bálsamo para el alma también se sirve en plato hondo.

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Verónica de Santiago