2025 se despide como uno de esos años que se recuerdan sin esfuerzo. Ha sido un buen año, muy bueno, gastronómicamente hablando. Un año de mesas llenas, de agendas imposibles, de viajes con sentido y de restaurantes que han sabido leer el momento. Se ha comido bien, se ha bebido mejor y, sobre todo, se ha hablado mucho de gastronomía. De la que emociona, de la que convoca, de la que sigue siendo refugio cuando todo aprieta un poco más de la cuenta.
Ha sido un año intenso, exigente, incluso agotador en algunos tramos, pero con ese punto de satisfacción que deja el trabajo bien hecho. La sensación general es clara: la gastronomía ha aguantado el pulso. Ha sabido sostenerse, reinventarse y seguir siendo motor de encuentro y de vida social. No es poco, tal y como está el contexto.
Pero si se afina el oído —no en los titulares, sino en lo que se dice bajito— algo empieza a cambiar...
Porque mientras cerramos el año brindando, hay proyectos que no brindan. Hay restaurantes que, puertas adentro, están viviendo su propia cuenta atrás. Algunos peleando una renovación de contratos de alquiler que no termina de cuadrar, con números que ya no admiten heroicidades. Otros viendo cómo, poco a poco, se les ha ido casi toda la plantilla, no por conflicto, sino por desgaste, por aburrimiento, por esa fatiga silenciosa que no hace ruido pero vacía cocinas y salas. Y también los hay que sobreviven en condiciones financieras extremas, donde cualquier decisión —una más— puede ser la última.
No se dan nombres. No hace falta. El sector gastronómico se entiende con medias frases, con silencios largos y con miradas que dicen más que cualquier titular.
Por eso 2026 se intuye diferente. No necesariamente peor, pero sí más frágil. Más expuesto. Se habla, se rumorea, se intuye que habrá sorpresas negativas. Y no todas serán agradables. Cierres de restaurantes inesperados, proyectos sólidos que quizá no lleguen a verano, decisiones difíciles que se tomarán lejos de los focos y de las redes sociales. La gastronomía, tan brillante de cara al público, vuelve a mostrar su cara más vulnerable cuando baja la persiana.
No es pesimismo. Es realismo. La restauración siempre ha sido un ejercicio de resistencia, y los buenos años también pasan factura. 2025 ha sido generoso, sí, pero también ha exigido mucho. En costes, en energía, en personas. Y eso, antes o después, se nota.
Tal vez este no sea un texto para hacer balance ni para lanzar augurios. Tal vez sea solo una manera de cerrar el año con los ojos abiertos. De disfrutar lo que ha sido, de valorar lo que sigue en pie y de asumir que la gastronomía —como la vida— no entiende de certezas, solo de momentos.
Brindemos.
Por lo vivido.
Por lo que resiste.
La última.
Y nos vamos a 2026.