Cuentan que fue la escasez, siempre madre de la necesidad, la que llevó a buscar al ingeniero norteamericano Jennings Cox un sustituto a su ausente ginebra y por ende a la falta de su infaltable gin tonic, y cambiar esta por ron, modificando la receta para darle vida a uno de los cócteles más internacionales que existen.
Temeroso de servir ron a secas, Cox le añadió zumo de limón y azúcar para mejorar su sabor, y le puso algo de hielo para atemperar los calores del Oriente cubano, donde trabajaba en las minas de Daiquirí.
Su amigo, el italiano Giacomo Pagliuchi, se encargó de bautizar este cóctel como Daiquirí y lo llevó hasta la barra del Bar Americano del Hotel Venus, en la ciudad de Santiago de Cuba, donde era habitual.
De allí viajaría a La Habana, hace más de un siglo, donde Emilio González, alias Maragato, lo popularizó en su bar del exclusivo Hotel Plaza, antes que otro alquimista de las mezclas, Constance Ribalaigua, asentara la casa definitiva del Daiquirí en el restaurante El Floridita, añadiéndole unas gotas de marrasquino y mezclándolo en una batidora eléctrica para crear esa sensación de escarcha que tanto gusta del trago.
Así lo descubrió Hemingway, quien también era asiduo de otro emblema de la coctelería cubana, el Mojito, pero que prefirió quitarle al Daiquirí el azúcar, sustituir el limón por el jugo de media toronja y ponerle el doble de ron, con lo cual creó su Daiquirí Papa´s, que también algunos llaman con justeza Daiquirí Salvaje.
Lo interesante de la historia anterior, que casi cae en la leyenda, es que el Daiquirí, uno de los cócteles más internacionales y conocidos que existen, ha pasado por tantas interpretaciones y fórmulas como barmans lo hayan preparado, aunque ha sido una de las pocas creaciones que nadie ha logrado reproducir artificialmente.
En tiempos donde la industria alcohólica busca embotellar casi todos los cócteles famosos, creyendo así descubrir una fórmula de éxito, el Daiquirí ha salido airoso de copias y formulaciones, si bien ha mutado en múltiples expresiones.
Algunas son muy fantasiosas, otras persiguen crear opciones específicas, ya sea para vegetarianos o fumadores de puros, y los hay que incluso le dan el nombre erróneamente a casi cualquier bebida que lleva hielo frappé.
Pero el Daiquirí ha soportado todas las pruebas y sigue siendo único, tan auténtico y original como ese que cada día, al abrir la barra del Floridita en La Habana, le ponen en una copa de Martini a la estatua a tamaño natural de Hemingway, como si todavía estuviera esperando a que Constance le prepara su Papa´s Special.