Nacido de las creencias en el más allá de los aborígenes caribeños, especialmente los cubanos, el cultivo y procesamiento del tabaco es toda una tradición transmitida de generación en generación, como lo es muchas veces el arte de degustarlo.
En la «buena quema» de un Habano, como dicen en el argot popular los cubanos, intervienen múltiples factores, desde la marca y vitola, la forma en que se corta, se enciende e incluso cómo se fuma, todos los cuales son decisivos a la hora de apreciar un buen puro.
Es fundamental saber maridarlo correctamente con una comida y bebida, para lo cual existe una amplia gama de vitolas y es decisivo el gusto de cada cual, aunque es siempre recomendable consultar el parecido de un sommelier, experto en estas cuestiones.
La vista es fundamental para escoger la vitola adecuada. Debe agradarnos su color, ya sea claro, maduro u oscuro. No importa el que nos guste. Pero eso sí, el color debe ser uniforme en todo el puro y la hoja de la capa debe tener cierto brillo.
No se asuste si ve en un Habano manchas blancas o verdes. Son efectos naturales, puntos de belleza, que aparecieron en los procesos de crecimiento o curación. Ellas no afectan su calidad.
Una vez escogido con la vista, el tacto empieza a guiarnos en la elección del Habano. Para eso lo mejor es palparlo suavemente para verificar su estado. No debe estar duro, pero sí ser irme.
Ya en sus manos, no se apure en prenderlo. Primero debe embriagarse con su olor. No aspire fuerte como si quisiera llenarse los pulmones. El Habano es una criatura delicada, y por ende revela poco a poco su aroma.
Además, debe tenerse muy en cuenta el tiempo de que dispone. Mientras más larga o gruesa sea la tripa, más larga será la duración de la degustación, que debe hacerse hasta el final, pues es una pena abandonar a un Habano antes de que revele todos sus secretos.
Antes de prenderlo, un paso muy importante es el corte. Este debe hacerse justo encima de la línea donde el gorro se une a la capa. Ni muy grande, ni muy estrecho, solo el suficiente para asegurar un tiro adecuado y evitar que la capa se desprenda.
¡Ah! Y evite el corte en forma de V, que tienden a romper el gorro. Utilice una guillotina de una o dos hojas, alguna de las tijeras especiales para puros o un cortador de troquel con cuchilla circular. Nunca perfore la tapa con fósforo o un palillo de dientes, ya que se comprime la tripa formando un nudo que puede impedir el correcto tiro del puro.
No se inquiete por retirar la anilla, porque puede dañarse la capa. Si la quiere de recuerdo, espere a que el Habano muera entre sus manos.
Encenderlo es también todo un ritual, donde lo decisivo es usar una llama inodora, para evitar que otros olores se impregnen al puro, por lo cual se recomienda un encendedor de gas butano, un fósforo de madera o una lámina de cedro.
Un buen encendido lleva tiempo. Debe mantenerse la boquilla a noventa grados de la llama haciéndola girar hasta que la superficie queme uniformemente, y solo luego colocar el Habano entre los labios, para aspirar suavemente mientras se mantiene la llama a un centímetro de la boquilla.
A partir de ese momento, ya estará listo para ir desvistiendo los secretos de la vitola escogida, siempre aspirando suavemente, para percibir los sutiles sabores y aromas de la ligada del Habano.
Como a un personaje de gran alcurnia, así debe tratarse a un buen puro. No sacuda la ceniza, espera a que caiga por sí sola.
Fúmelo solo hasta las tres cuartas partes de su tamaño.
Y al final, no lo aplaste para apagarlo, solo déjelo descansar sobre un cenicero, para que muera con dignidad.
El servicio de los Habanos
Credito
Por: Ernesto Montero