Poco a poco y ante la preocupación creciente por su salud de la mayoría de las personas, la uva y el vino van ganando espacio como una bebida y alimentación sana y que puede jugar un papel fundamental en cualquier dieta.
Las antiguas grandes civilizaciones hicieron del vino y la vid un gran símbolo, aunque fue en Francia donde tuvo lugar el origen del termino terroir, que asocia sabiamente a un suelo, un microclima a una o más variedades de uvas adaptadas, para dar lugar a un producto de personalidad propia en cada botella.
También fue en tierra gala, durante el siglo XIX, donde surgió el término caloría, para designar a la energía que se obtiene a partir de los alimentos y que nos permite llevar a cabo las funciones metabólicas necesarias para el cuerpo humano.
Es de todos conocidos que en nuestros días muchas personas se preocupan por aprender, aunque sea de forma autodidacta, como cuidar la salud e ir en busca de una mejor calidad de vida.
La moda también va a tono con las tendencias a una alimentación balanceada, una dieta baja en grasas y calorías, y el uso del ejercicio físico para lograr envejecer a su tiempo… y no antes de tiempo.
Es parte de esta evolución reconocer al vino como alimento y sus bondades sobre las enfermedades cardiovasculares, su efecto digestivo, diurético y fuente de minerales, e incluso antidepresivo, a lo cual podemos agregar que también aporta calorías al organismo.
Se aconseja el consumo moderado de vino junto a las comidas, de 2 a 3 copas diarias en un horario seleccionado del día, así como elaborar platos con el uso de vinos porque se puede emplear menos sal, resalta el sabor de las comidas y a su vez desaparece el nivel alcohólico, además de minimizarse la cantidad de calorías en las preparaciones.
Aunque tanto para hombres como para mujeres no es recomendable excederse en 100 y 150 calorías de azúcar adicional respectivamente, el vino es una de las bebidas alcohólicas que menos aporta, pues, por solo citar un ejemplo, dos copas de whisky pueden llegar a suponer hasta 500 calorías, algo que es muy similar en la mayoría de los destilados.
El consumo de vino es más saludable para hombres que para mujeres, ya que la asimilación del alcohol depende del sexo, dado por la presencia de la enzima ADH o alcohol-deshidrogenasa que metaboliza el alcohol en el organismo y que está en mayor cuantía en los hombres. Sin embargo, un dato de interés es que las calorías útiles por día, bajan aproximadamente 50 por ciento para bebedores moderados de vino de cualquier sexo.
No ocurre así con la ingestión de otros alimentos, que siendo saludables pueden contener elementos que aportan calorías según su preparación culinaria.
Como decimos los sommelieres, “el vino ya está hecho” y su contenido de quercetina, catequina, resveratrol y otros polifenoles de poder antioxidante, lo colocan en un lugar cimero para quienes desean beber sin que esto arruine su dieta.
No se puede olvidar que incluso en la materia prima del vino, la uva, el aporte calórico varía, ya que si está deshidratada en forma de pasas es mucho mayor, aunque en fruta es similar a la banana y el higo, y 12 unidades de la suerte, como las que se consumen en fin de año en muchos países, son iguales en calorías que una manzana de 150 gramos, datos a tener en cuenta para el balance en una alimentación sana, donde es muy recomendable su jugo como nutriente.
Por demás, el contenido de calorías del vino no solo está en función de su nivel alcohólico, sino que responde en gran medida al tipo de vino y a su estilo de vinificación.
No obstante, son varios los factores que pueden intervenir y que debemos tener en cuenta. El carácter varietal de cada uva, el terroir de donde proviene y la añada, ofrecen una gama de resultados diversos, a los cuales se unen el grosor de la piel, el grado de madurez que alcanza, su nivel de acidez y la presencia de taninos y polifenoles, que además de dar a cada variedad una personalidad propia, también modifican su contenido calórico.
Vinos espumosos como el Champagne y el Cava, refiriéndonos a una copa de 150 ml y en su estilo seco, tienen un aporte menor que el de los vinos tintos y a su vez más bajos en calorías que el vino blanco y el rosado, lo cual no es así en el Jerez —desde el fino al oloroso—, que aportan casi el doble por su alto contenido de azúcares, aunque son superados por el Oporto, el Marsala y los Moscateles dulces.
Estudios diversos han demostrado que 150 ml de vino (una copa tradicional) contienen 105 Kcal para un Merlot y hasta 125 Kcal en un Cabernet Sauvignon; mientras que según los estilos del Champagne, los cuales son directamente proporcional a la cantidad de azucares presentes, encontramos 85 Kcal en el Brut o Seco, 90 Kcal en un Semiseco y hasta 118 Kcal en el Dulce.
Lo anterior se explica por el hecho de que el nivel alcohólico de los vinos está en función de la cantidad de azúcares convertidos en alcohol durante su elaboración, así como por la adición de alcohol vínico a los estilos fortificados como el Jerez, Oporto, Madeira, Marsala y dulces naturales.
Se suma a ello también la presencia de azúcar residual, que coloca en otro nivel a los vinos de estilo semiseco y dulces, ya sean naturales, fortificados o espumosos.
Todo lo anterior explica el por qué muchas personas sugieren que los vinos traigan en la etiqueta el contenido calórico, como sucede con otros alimentos, una tendencia que poco a poco comienzan a adoptar algunas bodegas, aunque amén de ello siga siendo el vino, de forma indiscutible, una de las bebidas alcohólicas más saludables que existen.