
Un error especialmente común es pensar que el bienestar emocional depende del corazón, cuando realmente su escenario principal es el cerebro. Eso sí, con un telón importante: la dieta. Entrada ya la Semana del Cerebro, entre el 10 y el 16 de marzo, es más importante que nunca atender al estado de ánimo que nos provoca una tipo u otro de alimentación, porque de ella dependerá también el estado físico de todo el cuerpo, regido por, efectivamente, el cerebro.
El cerebro es como nuestra casa interna, donde crear un hogar que mantener cuidado y cálido en todo momento. Por eso, es importante elegir bien los ingredientes con los que amueblarlo para una convivencia gratificante. Esencialmente, nadie va a convivir con nosotros ahí dentro.
Para estudiar esta compleja situación surge la neurogastronomía, la ciencia que estudia cómo el cerebro afecta a cómo comemos. La primera cátedra de esta especialidad se imparte en la Universidad Autónoma de Barcelona.
La alimentación, un festín para los sentidos
Sin la alimentación, mantener la buena salud del cerebro es tarea complicada y con él, el bienestar físico de todo el cuerpo y la salud emocional. En el cerebro se producen todas las conexiones neuronales que le permiten al cuerpo llevar de forma óptima los 5 sentidos.
Además, tanto gusto, olfato, vista, oido y tacto desencadenan recuerdos o asociaciones mentales que afectan al estado de ánimo, desde el sonido del crujir de una manzana hasta el olor dulce que embarga toda la casa cuando se prepara un bizcocho.
Es por eso que, para muchas personas, cuando un plato no está presentado de forma vistosa, comer deja de ser una motivación. La presentación afecta a cómo se percibe la comida y por tanto a cómo se disfruta. Tomarse un momento para analizar la disposición y los colores del plato puedes ayudar a comer de una forma más atractiva, sobre todo entre niños o personas con enfermedades como la disfagia o incluso la depresión.
Otro de los consejos que pueden tenerse en cuenta sobre comer, sentir y cuidarse es la cocina aromática. Está demostrado por la aromaterapia que algunos olores despiertan emociones positivas y son estimulantes de la serotonina. Entre ellos, la canela o la vainilla son dos recursos culinarios muy fáciles de añadir a las recetas. Otras como la cúrcuma o el cardamomo tienen unas enormes propiedades antiinflamatorias, cosa que estimula el ánimo sobremanera.
La textura también afecta a cómo percibimos las personas el sabor de los alimentos. Comemos “por los ojos”, pero el contacto con las manos, con los cubiertos o incluso con la lengua deja mucho que desear cuando la textura no es agradable, por muy bueno que sea el sabor. La sensación crujiente del pan o los fritos secos tiende a despertar el apetito, mientras que las compotas o flanes relacionan comer con un momento de relajación o las cremas pueden ser reconfortantes al contacto con el paladar.
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