La impronta del cacao en la diversidad cultural de Baracoa

Creado: Dom, 14/06/2015 - 13:53
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Por: Alejandro Hartman Matos, Historiador de Baracoa
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La impronta del cacao en la diversidad cultural de Baracoa
Jamás Cristóbal Colón, el Almirante de la Mar Océana, se imaginó cuando visitó la isla Guanaja en las costas de Honduras, en su cuarto viaje, que aquellas semillas de forma ovalada y color marrón que recibió con su hermano Bartolomé y su hijo Hernando como obsequio de los indios,  quienes las apreciaban por su uso como moneda  y como alimento —de ellas elaboraban una bebida llamada “xocolat”—, llegarían a ser tan codiciadas.
Diecisiete años más tarde, cuando Hernán Cortés empieza su peregrinaje de conquista por las tierras aztecas, el Emperador Moctezuma  le ofreció una bebida reservada a personas relevantes. Era el “alimento de los dioses”. Fue introducido en España por algunos monjes que viajaban en sus expediciones. Se dice que uno de ellos envió el cacao al Abad del Monasterio de Piedra, en Zaragoza, donde se elaboró por primera vez en Europa.
Es posible que el cacao descubierto por los olmecas hace 3 500 años en la Cuenca del Amazonas y expandido por las culturas indígenas prehispánicas en Centroamérica, haya llegado a las Antillas Menores y Mayores a través de las rutas de los aruacos en sucesivas oleadas.
Entre 1791 y 1804, a raíz de la Revolución de Haití, más de cien familias francesas  se asentaron en Baracoa, Cuba, e introdujeron las plantaciones de café, incrementaron la producción de azúcar y acrecentaron los cultivos de cacao en sus haciendas. Baracoa tiene las condiciones especiales de humedad, temperatura, precipitaciones, suelos, entre otras, que la han hecho la mayor productora del cacao de este país. 
En  el siglo XIX, el chocolate y el chorote fueron consumo imprescindible de la región en cada bohío, en los barracones de los esclavos, en la casa señorial francesa y española, en los campamentos y prefecturas de los mambises, en las posadas, en las peleas de gallos, en las verbenas, en las fiestas patronales, en las meriendas de los cultos católicos, en las tertulias femeninas, en los juegos de dominó y en las reuniones de los patriotas baracoanos.
El cacao y su cultura se han transmitido de generación a generación a través de los campesinos cacaoteros -tesoros humanos vivientes-,  maestros en la siembra, en la recolección, en la extracción del grano, en el  uso de las gavetas para secarlo, en la utilización de la caja de fermentación, en el manejo del rebote y en las habilidades centenarias para la selección de las variedades.
El cacao es un legado imperecedero de nuestra tierra. Han pasado más de trescientos años de la presencia de este fruto en las montañas de la Primera Villa cubana, según afirman los historiadores, y todavía es parte inseparable de la identidad baracoana. 
Hubo momentos económicos, en los dos siglos que nos precedieron y en este, en los cuales otros productos agrícolas de la región tuvieron la supremacía en la producción y venta, como el coco, el café y el banano. Pero el consumo del chocolate, la bola de cacao, el chorote y las tabletas de confección local, continuaron como un patrimonio alimentario que no ha dejado de degustarse en diversos espacios y momentos. 
La elaboración del chocolate es maestría de numerosas personas en nuestro país y en muchos pueblos del mundo. Pero nosotros los primados tenemos una variante particular e identificativa: le añadimos leche de coco y lo endulzamos con jugo de la caña o miel, dándole un sabor distintivo. 
El chorote, otra de las exquisitas pociones que  elaboraban los mayas, hace más de tres mil años, con agua de lluvia, maíz y pimienta, ha subsistido hasta hoy en nuestra comarca, confeccionado de la  bola de cacao que solamente se hace en Cuba. Es una bebida exclusiva de la diversidad cultural de nuestro territorio. 
En las viviendas, rurales y urbanas, una vieja costumbre es rallar la bola de cacao y adicionarle leche de coco, de cabra o de vaca. Se le añade además harina de castilla, o de maíz, o de yuca, o de plátano. Las especias que se  le agregan son clavos de castilla, canela y otras. Se bebe caliente o frío, según la preferencia. 
Dicen las fuerzas orales que en las plantaciones cacaoteras y cafetaleras  los esclavos, después de la faena, lo saboreaban con deleite. Pero indios, españoles, africanos, franceses y alemanes asentados en la villa también lo degustaron. Todos ellos se reunían cuando finalizaban las cosechas, y hacían fiestas que proporcionaron el surgimiento de las células más primitivas del son oriental: El Nengon y Kiribá. 
Cuando se cumplía cada recolección de cacao, llegaba el jubileo por los resultados productivos obtenidos. Entonces se congregaban todos para bailar, cantar a sus santos, a sus desvaríos, a sus amores, a sus familiares, a sus congojas, a sus triunfos y a las alegrías. En sus rítmicos y ancestrales pasos reproducían el reboteo del quehacer cacaotero en los secaderos.
Han transcurridos muchos años, desde que su raíces se apegaron a las tierras de los cacaoteros, pero el Nengón y Kiribá vive atado a nuestras arraigadas costumbres y es huella indeleble de la identidad local. Sus integrantes de distintas generaciones lo han conservado hasta hoy a través de la transmisión oral con la fuerza de lo imborrable. 
El cacao, sus procesos productivos, el chocolate, el chorote y el Nengón y Kiribá constituyen,  sin lugar a dudas, parte intrínseca de la diversidad cultural de la Primera Villa cubana.

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Por: Alejandro Hartman Matos, Historiador de Baracoa