Cuestión de gusto … y sabor

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Por: Prof. Manuel Calviño / Ilustración: Gustavo Gavilondo
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La combinación es madre de la multiplicidad. Es el origen de los más grandes tesoros de la cultura, de la antropología, de la vida humana.

Mezclas en ocasiones caprichosas, inesperadas, y otras veces calculadas, conforman la pluralidad sinfónica de todo lo que en la vida acontece. Es en la mixtura donde lo improbable se distancia de lo imposible. El sentido de las cosas se revela en formas peculiares de asociación. El mundo humano es un mundo relacional, interconectado. Es una mezcla.

La riqueza del saber y del sentir humano tiene asiento en la capacidad para mezclar. El propio acto de sentir y saber es una mezcla. La relativamente limitada capacidad de nuestros analizadores, de nuestros órganos de los sentidos, respecto al universo inenarrable de la subjetividad humana, así lo testimonia. Ningún analizador queda fuera del designio cultural de su sustrato biológico. La cultura hace a lo único diverso. Con la cultura el ser humano trasciende de lo que le ocurre, a lo que hace ocurrir.

De la sensación a la creatividad. Una cosa es oir, otra escuchar. Una es ver, otra observar. El espacio «cuatridimensional» del gusto (amargo, salado, dulce, ácido) se extiende hasta el infi nito en el degustar. La impresión de las papilas gustativas y de su inspiración olfatoria, crece en el intercambio relacional que promueven estímulos diversos.

Nuevos códigos son creados. La mezcla del gusto, con sus olores, colores, texturas, regocija al sentido humano de lo agradable en el sabor. Entre el gusto y el sabor la distancia la marca la mezcla cultural y sensorial. Degustar es una capacidad humana. La propuesta puede ser un coctel.

Unos dicen que el mal gusto de las bebidas alcohólicas ilegales con las que se burlaba la Ley Seca en los Estados Unidos convocó al encuentro de sabores acompañantes que hicieran más agradable la ingesta del líquido prohibido. Otros que simplemente se intentaba camufl ar el contenido espirituoso entre bebidas permitidas y así disminuir la visibilidad y la culpabilidad. Lo cierto es que mucho antes que esto ocurriera ya «mezclar» era una práctica convocatoria.

Pasamos de la sospecha al camino de la certeza cuando recuperamos una sentencia que se reconoce como una de las primeras escritas sobre lo que es uncóctel y que apareció en el periódico newyorkino Balance en1806: «Un cóctel es una bebida estimulante compuesta de un licor de cualquier tipo, azúcar, agua y algo amargo».

La sabiduría, anterior al conocimiento establecido, produjo el cóctel. Una producción alucinógena no alienante. Alucinación que nace en los sentidos y crece desde ellos hasta separarse de la raíz. El sabor es mucho más que gusto. Es una reelaboración cultural. El cóctel coquetea con el gusto, lo tienta, lo excita. Al fi nal lo compromete con el saboreo de todos los sentidos que se integran en un viaje al placer.

La versatilidad del gusto es solo comparable con la creatividad artesanal, artística, de quienes construyen néctares capaces de hacernos beber felicidad. Todo lo que redunda en bienestar es razonablemente necesario. Cuando menos deseable. La coctelería es una arquitectura sensorial para el despliegue de los sabores que acompañan al placer por el camino del bienestar para acercarse a la felicidad.

Y más aún, la especulación psicológica no ha faltado para desentrañar la contribución al desarrollo espiritual de una «coctelería subjetiva» que propone: lo ácido para fomentar la actividad y desenredar preocupaciones; lo amargo para vencer la tristeza y asociarse a la alegría; lo dulce para superar el miedo y hacer prevalecer la refl exión; picante para el reforzamiento de la voluntad; lo salado para fomentar la prudencia. Y, para el mejor desempeño, el uso moderado de todos los elementos en una combinación que amén de cuestión de gusto, es producción de sabor.

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Por: Prof. Manuel Calviño / Ilustración: Gustavo Gavilondo