Invitación libidinal

Creado: Vie, 27/03/2009 - 19:50
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Por: Dr. Manuel Calviño
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En el comienzo todo es sensación. La palabra es sonido antes que significado. El acto antecede al pensamiento. La razón es primariamente una emoción. El largo camino de la felicidad comienza con las sensaciones. Mucho antes, incluso en el universo amniótico, donde aún somos gestados, la conexión primaria con el mundo se realiza en sensaciones.

En la segunda mitad del camino al nacimiento se escucha la voz materna, sus sonidos corporales. El huésped de amor oye aunque no escucha. Su piel experimenta sensaciones. El dulce amargo de su hábitat penetra por su boca. Las papilas gustativas se impresionan en un incipiente proceso de degustación. Hace sus primeras piruetas, gira, da vueltas, patea, contacta con las paredes del útero. Se ejercita la estimulación táctil. El olfato, que en poco tiempo lo llevará inequívocamente al pecho materno, se va formando en las primeras semanas en el contacto con el universo alimenticio que lo circunda y protege.

Aún no mira pero ve. Sus ojos se abren dos meses antes de iniciarse el recorrido neonatal. Es sensible a la luz. La casa materna que envuelve al futuro infante es estimulante. Se ejercitan en ella los órganos de su sensorialidad. Se prepara su ingreso en el mundo humano. Una multiplicación de estímulos impacta sobre el naciente. Olores que vienen de todas partes. Sonidos que llegan a alterar el ritmo circadiano. Luces chispeantes de intensidad inusitada. Sensaciones de agrado y desagrado a destiempo. Demandas que no encuentran su inmediata satisfacción. Solo el calor del pecho materno,su olor, el sentir el pecho materno devuelve y envuelve la unicidad de un vínculo ancestral erotizado, no libidinal.

La gran escisión yo-mundo es sensorial. Se siente antes de saberse. La gran unidad ecológica yo-mundo es sensorial. Se siente antes de conocerse.

La historia se repite en cada uno de nosotros. Y esa construcción de la primera identidad, esa suerte de yo sensorial sin conciencia, es sobre todo el anclaje del cuerpo a las vivencias de satisfacción e insatisfacción sobre las que se construyen nuestros primeros vínculos de atracción o evitación. Se erigirán también nuestras decisiones más íntimas y personales. Más aún, nuestros deseos. El primer yo humano es nuestra sensualidad. Aparecerá luego Eros. La sensualidad hace alianza con la libido y promueve la búsqueda del frenesí de las emociones. Se concerta un tránsito: de la sensualidad a la sexualidad.

Unidad y ruptura de un vínculo indisoluble, desde y para siempre. La cultura lo sacraliza o lo estigmatiza. No por su contenido incontenible.

Sino por sus formas. Los objetos primarios de la sensualidad se entrecruzarán con los nuevos objetos del placer. Se formarán nuevos vínculos contenedores de las añoranzas primarias y de las reminiscencias de los estadios ya ancestrales. Los nuevos evocarán a los primeros. Estos incitarán a los recientes. El camino de Eros estimulado por las sensaciones. El sustento de Eros es sensorial. La sensualidad es la cuna de la sexualidad. La sexualidad humana no es placer por placer. La sexualidad humana es vínculo. El placer vincula una persona a otra. A cada persona con su historia. Vincula también a los mediadores condicionales con las personas y su historia. No se trata de intermediarios apropiantes, sino instancias incitadoras. Afrodita entra en la escena con su inveterada función de alquimista del placer. Trae en su talante un elixir afrodisíaco.

No hay fórmula predeterminada. No es un camino inexorable. Pero la excitación de los sentidos justo al punto de su criticidad promueve asociaciones libidinales. No es que la libido mire al mundo, sino que el mundo es el origen de la libido.

La combinación de sensaciones agradables en las cinco dimensiones sensoriales deviene un estimulador de la búsqueda del placer. Lo afrodisíaco es siempre un compuesto visual, gustativo, olfativo, táctil, sonoro. Entra también el sexto sentido, la trascendencia cultural. Así es. Así se ha construido, el mundo gourmet. Afrodisíaco. Incorporando la trascendencia cultural a la sensualidad humana, reconstruyendo sus alianzas primarias. Atando recuerdos náufragos de una sensorialidad ingenua, infantil, con la poesía del gusto.

Y para plenitud del placer holístico enarbola como vínculo sacramental el vino: «Bonum vinum laetificat cor hominis» (El buen vino alegra el corazón del hombre). Sagaz aliado, instigador afrodisiaco: convoca al olfato con su emanación conscupicente, colorea la transparencia del cristalino visual, templa las manos que lo sostienen, y antes de degustar el anticipo de la felicidad, propicia en el suave contacto de las copas un sonido que el oído reconoce como invitación.

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