Pinar del Río, Donde nace el habano

Creado: Vie, 14/05/2010 - 14:01
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Para muchos, la provincia más occidental de Cuba es la más hermosa del país. Entre sus encantos y parajes que son el ideal del más experimentado ecoturista, abriga una verdadera joya de la naturaleza mundial, el Valle de Viñales, declarado por la UNESCO Paisaje Cultural de la Humanidad; mientras, en las fértiles tierras de San Juan y Martínez y sus alrededores, se cosechan las hojas del mejor tabaco negro del mundo, con las que se elaboran los Habanos.

Soy guajiro y soy veguero y en el campo vivo bien, porque el campo es el edén, más lindo del mundo entero, canta alegre –en versión muy personal–un campesino de Las Maravillas, estos versos del conocido son montuno de Guillermo Portabales, de camino hacia su pequeña vega cerca de la carretera en las inmediaciones de San Juan y Martínez, donde nos hemos detenido a hacer unas fotos, atraídos por el paisaje de postal.

«Estoy feliz porque estamos ya en corte y la vega se ha portado bárbara». A la vista se abre una sucesión de miles, millones de hojas de tabaco de un intenso color verde, como un mar…

Varios vegueros se acercan a saludarnos. Tienen las manos renegridas por la resina que desprende la planta al momento de cortarle sus folios y que se les adhiere a los dedos, pegajosa. El único instrumento que utilizan es una pequeña cuchilla y, además, unas canastas de fibra vegetal en las que sacan del campo las hojas para el ensarte.

Toda la operación la dirige a lo largo de unos 90 días, desde el transplante de las posturas traídas del semillero hasta el final de la cosecha, el veguero jefe o la veguera, pues hay que decir que en este complicado faenar, han aparecido algunas mujeres con gran éxito.

A lo lejos se alzan hermosas las palmas; un panorama de tierras onduladas donde trabajan los guajiros se distingue hasta el horizonte por los cuatro puntos cardinales, con unas casitas simples pero atildadas que en Cuba llaman bohíos, contrastando con la magna escala de las casas de cura del tabaco, gigantescos almacenes en el que comienza el largo recorrido de la hoja del tabaco después del corte, hasta que los torcedores las convierten en Habanos.

Nos movemos entre San Luis y San Juan y Martínez, los nombres geográficos que identifican a la zona pinareña de Vuelta Abajo, a la que los amantes de los mejores tabacos Premium del mundo deben la existencia de este producto.

Lo más cautivante resulta ser el carácter ancestral y remoto de un paisaje al que, quizás sin saberlo en su justa dimensión, deben los lugareños su trascendencia internacional, pues se trata de una espacio natural específico en el que durante siglos, han tenido cuna las más emblemáticas y demandadas marcas de este producto.

Por eso, entre todos los sitios posibles donde comenzar un imaginario recorrido por el mundo fascinante del Habano, este es el punto de partida sin discusión alguna.

La historia da cuenta de que fue a comienzos del siglo XVII que empezó a aparecer el tabaco como cultivo en las proximidades de los ríos Bayate, San Cristóbal, Los Palacios, Río Hondo, Guamá, San Juan, Cuyaguateje y, asimismo, en los fértiles hoyos de las montañas de la Cordillera de Guaniguanico, Guane y los Cayos de San Felipe, el actual Valle de Viñales.

La hoja crecía exuberante, gigantesca, sana, con cualidades superiores en sabor y aroma como en ningún otro lugar de la Isla antes, favorecida por la naturaleza pródiga, lo que hizo que desde el siglo XVIII, Pinar del Río se alzara como el escenario más privilegiado de Cuba para estas producciones y que alrededor de ellas se creara toda una cultura, un modo de vivir que por momentos parece haberse mantenido intacto hasta nuestros días.

Camino hacia la cuna del habano

Una buena autopista que sigue la dirección del recorrido sideral enlaza a La Habana con la capital provincial de Pinar del Río –de igual nombre–, el territorio más occidental de Cuba.

Aunque el viaje toma cerca de dos horas, constituye un excelente aperitivo para cualquiera que se sienta atraído por el paisajismo y la naturaleza, antes de llegar 25 kilómetros después, a los predios tabacaleros de San Luis y San Juan y Martínez.

Son pueblos simples de atmósfera colonial con una plaza central escoltada por la iglesia, algunos comercios, los servicios esenciales y ni una sola edificación que denote opulencia, en los que la gente vive a su propio aire y constituye el gran atractivo, por su gentileza y hospitalidad desbordantes.

Todo en los alrededores –en el campo– tiene esta propia marca de vida sencilla y alejada de las preocupaciones del mundo moderno, lo que se expresa en la nobleza de los guajiros y en su apego a las tradiciones, el motor que en ellos mantiene vivo el amor por la tierra y el sentido de la perseverancia y de la voluntad como únicas formas de sacarle a la vega todo el provecho que ella puede darles.

Ahí han permanecido a lo largo de siglos por muchas generaciones con una felicidad difícil de alcanzar en cualquier otro sitio, como una estirpe de antiguos caballeros.

Un valle hermoso a la derecha de la carretera, siempre de diciembre a febrero cubierto por miles de plantas de tabaco al pie de unas grandes casas de cura con techo de zinc y paredes de tabla pintadas de cal viva, es el famoso Hoyo de Monterrey y está justamente a la entrada de San Juan y Martínez.

En ese océano de hojas sobrenada un puñado de hombres y mujeres y es difícil creer que la vasta vega esté atendida por tan pocas manos. Autos con turistas a bordo se detienen y toman fotos para llevarse el recuerdo de una postal viva, que apenas constituye un anticipo del mágico y a la vez maravilloso mundo de la cuna del habano.

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