![El 11 de febrero se celebra el "Día de Beber con Pajita" día de beber con pajita](https://static.excelenciasgourmet.com/cdn/ff/ffjzXOJJuKv4b9NdPkpSycYz8WkuR0EEwYINToCbXVk/1739290978/public/styles/slideshow_large/public/articulos/2025-02/dia-beber-pajita.png.webp?itok=nMe-CwWk)
Hay un “Día de” para absolutamente todo y en Excelencias Gourmet nos los sabemos al dedillo. Así que: ¡Feliz Día de Beber con Pajita! El 11 de febrero ocurre esta extraña celebración que homenajea a la forma de sorber las bebidas a través de este instrumento cilíndrico que facilita beber líquidos “de a poquito”, con facilidad, protegiendo los dientes e que, incluso a veces, mejora el sabor de la copa.
La pajita o pajilla surge hace más de 5000 años y sorprendente era su uso, pues con ella se tomaba cerveza (¿A quién se le ocurriría hoy en día?). Aun así, su más prolifera popularización llegó a finales del siglo XIX bajo el nombre de “tubo de beber para inválidos”, con gran éxito en hospitales, y, más adelante, fue patentado como “cuello flexible de fuelle”. Ambas opciones eran deshechables, buscando un sentido higiénico para el aparato. Aunque con el avance del siglo XIX y la entrada de los plásticos a la industria, comenzaron a producirse a millones… y a desecharse a millones.
Un viaje por la historia de la pajita: el dilema eterno de la sostenibilidad
En 2018, Greenpeace observó el uso de 13 millones de pajitas de plástico desechables al día en España. A su vez, el daño causado por ellas al medioambiente también crecía a cada rato. La larguísima vida del plástico las pone como un verdadero peligro para los ecosistemas y su destrucción crea una barbaridad de gases de efecto invernadero. Por no hablar de la presencia de microplásticos que dañan directamente al ser humano. Imagina que, si somos capaces de observar los daños de estos plásticos de forma tangible cuando paseamos por la montaña, deberíamos preguntarnos por todas las que se acumulan en el fondo marino.
Todas las evoluciones de este utensilio responden a una practicidad y no podemos dejar de visualizar el contexto de cada una de ellas. Por eso, llegada la segunda década del siglo XXI, el mundo entero repasó sus sentimientos, viajando por la desesperación a la misma vez que la conciencia medioambiental ganaba terreno en las mentes de los consumidores, debido a la llegada de un artilugio para unos salvador, para otros monstruoso: las pajitas de papel.
En 2021, ocurrió la transición que todos esperábamos, que todo el mundo celebró y, que finalmente, se tornó un arma de doble filo: la Unión Europea prohibió la entrada de artículos de plástico de un solo uso.
El amor se tornó en odio. Una pajita que se deshace, que hay que cambiar cada pocos minutos o que se tuerce al poco de haber comenzado la bebida. Pero una pajita que no contamina.
Surge la pregunta: ¿qué pesa más: el corazón o la mente? Como si de una relación se tratara, debemos de poner en balanza aquel al que estamos acostumbrados pero es tóxico o el que tal vez no nos llena tanto pero nos cuida a nosotros, a nuestro entorno y se preocupa por nuestro futuro.
Una historia de amor basada en la toxicidad: ¿la pajita o el futuro?
Cuando hablamos de parejas, solemos decir que hay muchos peces en el mar. Por esa misma razón, si nos referimos a las pajitas, hay una gran variedad en el mercado a la que, con tiempo y paciencia, nos acostumbraremos.
Las pajitas protegen a los dientes de sensibilidad a las temperaturas y al esmalte dental de los tintes, por lo que su utilidad es la misma independientemente del material. Existen las pajitas compostables de cartón, pero también las reutilizables de madera, metal o plástico duro, que con un par de lavadas, pueden ser usadas de nuevo. Incluso existen ya las pajitas comestibles.
¿No será que estamos demasiado acostumbrados al “usar y tirar” y vemos en limpiar un objeto como un esfuerzo innecesario? No sabemos si hay una respuesta correcta o si la preferencia depende de la costumbre o del material que nos llevamos a la boca, pero más nos vale hacernos a la idea de que, por mucho que algunos lo intenten, las pajitas de plástico no van a volver.
O al menos, no deberían, porque si lo hacen, tal vez, no quedarán tantos peces en el mar.