
“Saltarse el desayuno” es la práctica alimentaria más común para los que siempre van corriendo. Aunque sin reglas concretas y por motivos que a veces no tienen nada que ver con buscar un estilo de vida saludable, dejar de comer durante largos ratos es un algo habitual para muchos. La cuestión es que la dinámica no resulta del todo descabellada, sino un tipo de dieta eficaz para perder peso y mejorar la salud en general. Se trata del ayuno intermitente.
Pero, ¿qué implica realmente y cómo afecta al cuerpo? Vamos a desmenuzar este popular patrón alimenticio, sus tipos, beneficios y posibles efectos adversos.
¿Qué es el ayuno intermitente?
Lo primero es que el ayuno intermitente no es una dieta milagro. No promete convertirte en tu mejor versión de la noche a la mañana. La idea va de alternar períodos de comida con períodos de ayuno. Lo que comes importa, claro, pero aquí el protagonista es el cuándo lo haces.
Existen varias maneras de practicarlo, desde el básico 12:12 (doce horas de comida, doce de ayuno) hasta el más extremo, conocido como la “dieta del guerrero”, que apenas permite ingerir alimentos durante cuatro horas ¿Un poco kamikaze? Puede ser, pero hay quienes juran que funciona.
Entre las opciones más populares también está el 16:8, donde te saltas el desayuno (o cenas temprano) y pasas 16 horas en ayuno , comiendo en un intervalo de 8 horas. Luego, está la opción del 5:2 que implica adoptar la práctica solo 2 veces a la semana, o reduciendo drásticamente las calorías.
Una de cal y otra de arena...
Ahora bien, veamos, qué tan factible y quiénes pueden permitirse pasar por alto el consumo regular. Uno de los puntos fuertes es su capacidad para hacer perder peso, por lo que puede ser de ayuda para personas obesas. Por otro lado, hay investigaciones que sugieren que puede mejorar la sensibilidad a la insulina y regular los niveles de azúcar en sangre. Así que tampoco es incompatible con diabéticos, sobre todo de tipo 2.
Otros estudios, indican que ayuda a reducir la inflamación y mejorar la salud cerebral e incluso el envejecimiento celular.
No obstante, no es para todos. Quienes tengan antecedentes de trastornos alimenticios, ansiedad o migrañas frecuentes pueden experimentar una exacerbación de tales condiciones.
También vale la pena señalar el desafío que supone al inicio para muchos. El hambre puede ser una molestia fuerte al punto de provocar fatiga, dolores de cabeza e incluso insomnio. No en vano, se han quedado en el intento y regresado a sus viejos hábitos. Sin embargo, la mala noticia es que advierten en estos casos una mayor posibilidad de ganar más peso del perdido. Una vez superado el periodo de adaptación, nada de esto vuelva a ocurrir.
Aun así, si decides intentarlo, lo más recomendable es empezar con algo suave, como el ayuno de 12 horas, y aumentar gradualmente. Pero, ojo, siempre con supervisión profesional para asegurarte de que estás haciendo las cosas bien. La clave es nunca forzar al organismo.