La leche, cultura del campo

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Celia Madroñal
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Día Mundial de la leche

Todos, alguna vez, nos hemos sentado frente a un vaso de leche de vaca, frío y preparado para ser vaciado y absorbido por un paquete de galletas. Hay quienes han descubierto que el cuerpo le agradece la ausencia de este alimento, y otros que ven en ella su revitalización por las mañanas o su calma en un cristal ardiendo antes de marcharse a dormir. Sea la situación que sea, está claro que siempre va a estar ahí, vigilando la nevera y disfrutando de la frustración de quienes discuten porque a alguno se le ha olvidado apuntarla en la lista de la compra.


El Día mundial de la leche no será una excepción, y podría ser la fecha ideal para crear el debate mundial más largo de la historia y que comparte podio con la cebolla en la tortilla de patata: ¿Sola, fría, caliente, con café, cacao en polvo? Son miles las opciones y, mientras que algunos disfrutamos de todas al mismo tiempo, los demás parecen no ponerse de acuerdo. El mundo tendrá que pararse en un comité el 1 de junio para llegar al consenso. Aunque cada uno es cada uno, que dirían algunos mayores, y que esos unos disfruten de su desayuno como mejor amanezcan por las mañanas.

No existe fecha concreta en la que la leche empezó a ser alimento para el estómago. Los historiadores marcan el neolítico como el descubrimiento del ordeño de los animales y Babilonia como el lugar en el que se dejó por primera vez escrito que la leche era un producto más de la dieta de los seres humanos. Con el paso de los años y de la Historia, los animales se convirtieron en diversas religiones en la reencarnación en la tierra de la divinidad. En la India, las vacas son intocables y su sacrificio no está permitido. En algunas culturas, la cantidad de leche indicaba la riqueza de quién poseía el rebaño.


Hay algo de cierto, desde el punto de vista no creyente, en la divinidad de las vacas. Los animales que te hacen sacrificar horas de sueño pero que te regalan todos los días poder ver el amanecer. Los vaqueros reciben un saludo del sol como recompensa a la fuerza de voluntad que ponen todos los días en sus manos al apagar el despertador. De su esfuerzo sale la leche, los yogures, el queso. También existe el trabajador del sector primario como divinidad que se mantiene despierto toda una madrugada para vigilar el parto de su vaca y que se desviven por que ella viva.


Las vacas, como todos los animales, sienten. Viven de una forma especial las caricias de su cuidador. Como en el amor, cuando les falta quienes les cuidan y valoran se sienten más apagadas. No dan la misma leche, ni en cantidad ni en calidad. Hay que ser cariñosos, porque notan la ausencia. Y el vínculo entre quién ordeña y la ordeñada es muy difícil de romper, son animales agradecidos y su tranquilidad también depende de su humano.

En el silencio del campo, que es grande -son pocos los que quedan allí- aún se escucha y siempre se escuchará llover leche entre las conversaciones inentendibles de las protagonistas vestidas de blanco y negro y los humanos de peto azul manchado de paja. Los establos beberán los primeros rayos de luz del día mientras otros, en su cocina, preparan el suyo en una taza de porcelana para disfrutar del placer y delicia del desayuno. Feliz día de la leche, feliz día del campo, las vacas y el calcio que nos regalan.

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Celia Madroñal