El tabaco es el humo vestido de guayabera

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Por: Chef Internacional Jorge Méndez Rodríguez-Arencibia
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El tabaco es el humo vestido de guayabera

Acto de inseparable elegancia, representa la conjunción lograda entre esta abanderada del vestir criollo y el más orgulloso de los productos de la Isla Grande, así considerados por este maestro y poeta de la cubanía. Con su eterno atuendo nacional y un  siempre humeante habano, prodigó a su pueblo y al mundo imborrables lecciones de saber y de civismo; que bien por premonición o por el afán de que Cuba brillara en la cartografía de las naciones, guayabera y habano se posicionaron, con proyección universal, como selectos emblemas de la satisfacción de vivir.

Algo de historia

El humo, por su propia condición de producto de la combustión provocada por el fuego, ha sido interpretado —y aprovechado—por el hombre para la llamada arquitectura de los sentidos.

Su aspecto etéreo e incorpóreo, no pocas veces asociado a sensaciones oníricas, unido a su presencia en ambientes fortuita o deliberadamente creados, junto al aroma que genera; cuando no inhalado, para provocar infinitas sensaciones táctiles y gustativas en la boca y todo el espacio nasofaríngeo, devienen inevitables provocaciones a la imaginación que raras veces no busca el mejor modo de evadir realidades. O al menos, de ayudarse a convivir con ellas…

Consecuencia natural de las antes mencionadas percepciones, tanto del humo como de las materias que lo originan, ha resultado inevitable atribuirle una buena carga de propiedades mítico-religiosas, lo mismo que curativas y para diferenciaciones filosóficas y sociales.

El incienso, del latín incensum, participio de incendere, ‘encender’, es la preparación de resinas aromáticas vegetales, a las que suele añadirse aceites esenciales de origen animal o vegetal, de modo que al arder desprenda un humo fragante con fines religiosos, terapéuticos o estéticos. En el pasado, las sociedades china y japonesa usaron el incienso como parte integral de la adoración de deidades hindúes. También tiene un uso importante en el budismo, en la Iglesia Católica (para la Adoración eucarística, procesiones, actos litúrgicos cristianos) y en la Divina Liturgia de la Iglesia Ortodoxa. Y en las antiguas civilizaciones de Egipto, Grecia y Roma, se fumaba incienso purificado como ofrenda a los dioses, como remedio contra el asma, para profecías y peticiones.

Hasta donde se tiene conocimiento, la historia del tabaco comienza en América antes del nacimiento de Cristo. Se han encontrado grabados en piedra, que representan a un viejo sacerdote fumando una especie de pipa (“El viejo de Palenque”, 400 a.C.). Es probable que se trate de la primera representación humana, fumando. Según indicios antropológicos, esta planta se utilizaba como parte fundamental de las ceremonias religiosas, de paz, mágicas o médicas.

“Fumar la pipa de la paz” era una práctica común, a modo de ritual, celebrada por algunas tribus algonquinas originarias de América del Norte, haciendo uso del denominado calumet (la caña con la que se fumaba). Dicha ceremonia era frecuente en las reuniones de consejo tribal. También se empleaba con otros fines, tales como sellar acuerdos de confraternidad entre tribus o individuos. El acto de fumar la pipa sagrada también significaba establecer un lazo especial con las divinidades. Y aún en la actualidad, con igual sentido, se emplea esta expresión, en franca alusión al deseo de limar asperezas.

El tabaco en las liturgias religiosas caribeñas y afrocubanas

En las prácticas religiosas de muchas culturas del Caribe, está presente el tabaco, como instrumento de conexión de los mortales con los dioses y los espíritus.

Los diferentes grupos de aborígenes cubanos eran espiritualistas y evocaban a los muertos, empleando el humo emitido por el tabaco.  Este uso mágico que se le dio a la planta, permitía que se propiciara favorablemente a los dioses, agrandándolos y buscando aplacar su ira. Igualmente, con el humo del tabaco se buscaba ahuyentar los malos espíritus.

La transmisión interétnica del consumo del tabaco como hábito, ocurrida en diferentes naciones del Nuevo Mundo, queda tácitamente explicada a través de la siguiente cita: “Al arribar a la isla de Cuba los primeros embarques de esclavos africanos, transportaban consigo las religiones, los mitos, ritos y creencias de las respectivas regiones de procedencia. En este nuevo medio, conocieron el tabaco, por contacto con los aborígenes esclavizados  y, conjuntamente, el complejo esotérico-cultural llamado ritual de la cohoba, practicado en la vida cotidiana por la raza autóctona.” (El ritual de la cohoba, de Thelvia Marín Mederos).

Cronistas de la época, asentados en Cuba, señalan lo siguiente: “Al presente, muchos negros, de los que están en esta ciudad y en la isla toda, han tomado la misma costumbre, crían en las haciendas y heredamientos de sus amos esta hierba para lo que es dicho, y toman las mismas ahumadas o tabacos; porque dicen que cuando dejan de trabajar y toman el tabaco, se les quita el cansancio”.

No obstante, esta asimilación del tabaco en algunos rituales, en las religiones de origen africano en la Cuba de ese entonces, éste no pasó a ser parte esencial dentro de ellas. Simplemente fue un elemento agregado a dichas prácticas.

Pacto de armonías, pretexto inseparable para el disfrute a solas o en conjunto, sello infaltable del buen comer y el grato beber, el tabaco, desde el mismo momento en que hiciera sentir su natural presencia en los actos humanos, se insertó como complemento de la religiosidad, la espiritualidad y los placeres existenciales.

Tabaco, placer y vida en sociedad

Un común denominador de los códigos de hospitalidad en la mayor parte de las regiones del mundo, naciones, pueblos o grupos humanos está representado por el ofrecimiento al visitante de algo que degustar. Bebidas y alimentos portadores, generalmente, de espontánea credencial de la identidad cultural.

La gastronomía, en su condición de gran embajadora de la concordia, presupone el pleno disfrute de cada momento en que se bebe y se come. Disfrute, entendido tanto semántica como fisiológica y espiritualmente, que implica secuencias y combinaciones garantes de placer, de que todo salga bien, desde el principio hasta el final. Y si no es mucho pedir, más que el acto de ingerir, la obtención de una grata experiencia.

El incesante desarrollo de la industria de la hospitalidad conlleva a una constante actualización sobre las tendencias mundiales en materia de turismo y gastronomía. Razón insoslayable para que hoteleros y restauradores conozcan sobre determinadas realidades sociales y económicas predominantes desde principios del siglo XXI, tales como:

- El cliente moderno, más que un receptor de productos y servicios, ha devenido consumidor de experiencias. Y en no pocos casos, se convierte en un cazador de culturas.

- El conocimiento que obtiene el visitante, como complemento de lo que consume, refuerza su percepción, al incorporarlo a su memoria afectiva. Esto propicia una mejor identificación positiva con el lugar visitado, a la vez que comenta sus experiencias con mayor capacidad de convicción.

- A pesar de las consabidas crisis económicas existentes en diversas latitudes del planeta, se manifiestan ciertas preferencias en la selectividad de alimentos y bebidas, un tanto marcada por la curiosidad hacia lo gourmet; paralelamente, a la creciente defensa de una alimentación sana.

Súmese, a todo lo hasta aquí planteado, las rigurosas restricciones que al nivel mundial se aplican contra el tabaquismo, en tanto que la agricultura y la industria tabacalera constituyen para Cuba uno de los más importantes renglones de la economía, unido a su fuerte condición de componente de  identidad nacional. Asimismo, es el Habano el único producto cubano manufacturado reconocido con D.O.P. (Denominación de Origen Protegida).

Por otra parte, el consumo de habanos se encuentra estrechamente condicionado al poder adquisitivo de las personas, por lo que de hecho distingue posiciones dentro de las sociedades, amén que categoriza gustos y preferencias. Asimismo, la fortaleza, calidad y demás factores caracterológicos de los mismos debe guardar plena correspondencia con los alimentos y bebidas que son ingeridos durante las comidas.

De quimera devenida triunfante realidad ha sido la aceptación de maridajes entre vinos y habanos, al igual que el cada vez mayor alcance y diversificación de combinaciones con elaboraciones culinarias, cócteles, licores, vinos espumosos y champanes, oportos y bebidas espirituosas. Inclusive, entre las féminas, ganan nuevos espacios estos consumos, con marcada inclinación por las bebidas dulces.  

La sobremesa o la familiaridad de las percepciones

La cada vez más agitada dinámica existencial reclama propiciar espacios para la calma, el sosiego y la incentivación de las relaciones humanas, por lo cual se considera la sobremesa como contexto y pretexto ideales a estos fines.

Ha resultado como una convocatoria in crescendo, a través del tiempo, de los elementos que componen este sublime momento, al finalizar las comidas. En la más primaria de sus formas, el café reclamó inconforme la compañía del habano, como distinguido pretexto para prolongar el gozo de comer hasta los primeros momentos de la digestión. En atención a las influencias foráneas venidas de Europa, se brindaron nuevos espacios a refinados licores y aguardientes —para nada ausentes, los rones añejos cubanos— que rápidamente hallaron una franca acogida entre sus cercanos parientes alcaloides. Y algo más reciente, pidió su oportuno espacio el chocolate, el cual, alternado con los sorbos de la bebida espirituosa, suaviza el impacto etílico sobre la lengua y el paladar en general, a la vez que provoca agradables sensaciones gustativas. Todo ello, como conjuro colectivo para alejar lo más posible el final del placer, que no resultaría desacertado definir como tetralogía para los sentidos.

La convergencia de aromas y sabores que en la memoria sensorial recuerdan, sin grandes esfuerzos, especies como la vainilla, matices florales y frutales, amargor, dulzor y acidez, lo mismo que maderas, ahumados y tostados, provocan un triunfante paso por el olfato y el gusto, que en no pocas ocasiones se adueñan, por buen rato, de la cavidad retronasal.

En otro orden de análisis, la mayor parte de los productos que suelen consumirse durante sobremesas (vinos, cafés, bebidas espirituosas, habanos y chocolates) son de origen natural, pues proceden de la agricultura. Esto da lugar a que sean apreciados por:

- Su carácter gourmet, de acuerdo con las más modernas reflexiones sobre este concepto.

- Cultivos y producciones que garantizan la sostenibilidad, tanto ecológica como económica y social de las regiones donde se producen.

- Aportan elementos históricos y culturales sobre sus regiones de origen y de la nacionalidad a que pertenecen.

Es, entonces, la sobremesa, como una grata reunión familiar donde cada uno de los concurrentes es acogido y comprendido por los caracteres comunes con que se manifiesta, estimulándose a permanecer juntos y favorecer las relaciones de maridaje.

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Por: Chef Internacional Jorge Méndez Rodríguez-Arencibia

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