¿Cuánto hay de real o de mito en la existencia de una relación entre el consumo de vino y una mejoría en la expectativa de vida? ¿Puede realmente esta bebida influir de manera positiva en nuestra vida cotidiana?
Según la mitología griega, cuando el Dios Baco, o Dionisio, descubrió la vid rodeado de cinco bellas ninfas y fabricó el primer vino, se comenzó a gestar un mito milenario que se reforzó con la celebración de festivales en honor al Dios, las Bacanales o Dionisias, en las que los protagonistas, hombres y mujeres por igual, cometían excesos de todo tipo y eran llevados a un violento frenesí por la acción del vino que consumían copiosamente.
Los mitos y las metáforas, como los sueños, son poderosas herramientas que llevan al que escucha, lee o sueña hacia un carácter, símbolo o situación en el que reconocen algo profundamente cercano o afín. Los mitos, además, alivian el esfuerzo de la mente para divorciar las emociones de la información pura.
¿Cuánto hay de real o de mito en la existencia de una relación entre el consumo de vino y una mejoría en la expectativa de vida? ¿Puede realmente esta bebida influir de manera positiva en nuestra vida cotidiana?
El vino siembra poesía en los corazones, escribía el autor de la Divina Comedia, profundo conocedor del alma humana y de sus laberínticos caminos, pero lo que no podía imaginar el magnífico Dante es que, además de poesía, también siembra bienestar y cambios biológicos reales.
Prestigiosos estudios científicos realizados, como el Framingham o el INTERSALT, han evidenciado una relación entre la cantidad de alcohol consumido y el riesgo de padecer hipertensión arterial, cardiopatía isquémica, o enfermedad cerebrovascular.
Las investigaciones sugieren que tanto quienes se abstienen como quienes consumen en exceso tienen mayor mortalidad; mientras es menor el riesgo en grado significativo para los bebedores ligeros.
Todo parece indicar que este efecto está relacionado con el incremento del llamado “colesterol bueno” (c-HDL) y con otros resultados sobre los lípidos sanguíneos, la coagulación y el control de la glicemia.
También se han evidenciado efectos antiaterogénicos por la composición química, sobre todo del vino tinto, rico en polifenoles flavonoides y no flavonoides, catequinas, antocianinas y taninos, todos con potentes efectos antioxidantes y estabilizadores del endotelio.
Este papel antioxidante se ha utilizado para explicar la sorpresa que recibió el publico el 17 de noviembre de 1991, cuando en el programa “60 minutos” de la CBS se explicó la llamada “paradoja francesa”, aplicable también a ciertas regiones de España e Italia con un alto consumo de vino tinto, donde la ingesta de grasas saturadas y los niveles de colesterol llegan a ser tan altos como en Estados Unidos o el Reino Unido, pero con una mortalidad cardioisquémica mucho menor. Por supuesto que esta aparente paradoja produjo un “saludable” aumento de las ventas de vino en los Estados Unidos de 39 % en el siguiente año.
También se ha documentado una disminución en marcadores bioquímicos de inflamación, mejoría en la incidencia de enfermedad arterial de las extremidades inferiores, y un efecto protector tanto para la enfermedad cerebrovascular, como para los déficit cognitivos tempranos que preceden a la demencia senil tipo Alzheimer.
Pero no confundamos; parafraseando un antiguo proverbio japonés... “con la primera copa, el hombre bebe vino; con la segunda copa, el vino bebe vino; y con la tercera copa, el vino bebe al hombre”.
Los estudios anteriormente mencionados y otros muchos también son unánimes y evidencian una relación directa entre el consumo elevado de alcohol y un aumento en la mortalidad global cardio y cerebrovascular.
El problema fundamental estriba en que es muy difícil concretar o definir con certeza el nivel exacto de alcohol a partir del cual el riesgo del individuo, lejos de disminuir, aumenta.
Evidentemente ello depende de las características personales, genéticamente determinadas muchas de ellas, que regulan la absorción, metabolismo y aprovechamiento del alcohol por el organismo, así como la tolerancia al mismo, por lo cual los consejos o recomendaciones médicas no deben incluir rutinariamente el uso del vino como medicamento o ni siquiera como una opción terapéutica más.
No obstante, se puede afirmar, sin temor a equivocarnos y basados en la evidencia científica existente, que el vino, especialmente el tinto, formando parte de la dieta y consumido con moderación, es directamente responsable de modificaciones biológicas que pueden tener un efecto cardio y neuroprotector.
Acorde con el Diccionario de los Sueños, soñar con vino simboliza la riqueza y el conocimiento, y el racimo de uvas significa la fecundidad, todas cualidades a las que de una forma u otra aspira el ser humano.
Soñemos entonces con el vino y las vides para, al despertar, recordar a Sweig cuando dijo que: “El amor es como el vino; y como el vino, a unos reconforta y a otros destroza”.
*Profesor Auxiliar Universidad Médica de La Habana. Especialista de Primer Grado en Cirugía Cardiovascular. Cirujano Cardiovascular y de Trasplantes.
Vino y Corazón, ¿Mito o Realidad?
Credito
Por: Dr. Nicolás Chaos González*