La frase "sin molinillo no hay chocolate" resume la esencia de un legado cultural que ha perdurado a lo largo de los siglos. Este utensilio se ha refinando con diferentes formas y diseños artesanales, y ¿por qué no decirlo?, también artísticos. El molinillo es, en realidad, el corazón de una de las experiencias culinarias más ricas y apreciadas en la preparación del chocolate; es un puente entre el pasado y el presente, recordándonos la importancia de la tradición y la conexión con nuestras raíces.
El molinillo es un utensilio prehispánico; existen antecedentes de instrumentos similares que utilizaban los indígenas antes de la conquista de México, como el chicoli o aneloloni, término náhuatl que Alonso de Molina define ya en 1571 como "instrumento para mecer cacao cuando lo hacen". Lo que es un hecho es que llegó a Europa y al resto del mundo procedente de México.
A medida que el chocolate se introdujo en Europa, el molinillo se transformó, adaptándose a las nuevas costumbres y gustos. Sin embargo, su esencia permaneció; el ritual de mezclar, batir y airear el chocolate sigue siendo una parte fundamental de la experiencia. Actualmente, en un mundo donde la tecnología ha simplificado la preparación de muchas bebidas, el molinillo se crea como un emblema de autenticidad y conexión con la tradición.
Es fascinante ver como crean esta obra de arte, que parece es tan sencilla de confeccionar. Estoy segura de que tú tambien te sorprenderías. De pequeña, siempre me preguntaba cómo habían metido las anillas; tuvo que pasar décadas para descubrir la maravilla de esta creación. Una de las características del molinillo de madera está en su parte inferior, ya que puede ser rugosa y estriada, lo que ayuda a romper los grumos de cacao. Esto, junto con los aros, incorpora aire en la bebida, creando una textura espumosa.
Estos días fríos me hacen recordar el chocolate tradicional, el de antaño, cuando mi abuelita o mi mamá lo preparaban con el molinillo de madera, mezclando y airando esta bebida deliciosa. Ya fuera con agua o con leche, me hipnotizaba ver cómo giraba entre las dos manos, con fuerza y a la vez con suavidad, observando cómo crecía la espuma y disfrutando del aroma dulce y suave.
En un momento en que todo parece acelerarse, tomarse el tiempo para usar un molinillo y preparar chocolate de manera artesanal es una forma de honrar la rica historia que este utensilio representa, cada giro del molinillo nos recuerda que el chocolate no es un simple placer; es una experiencia que une generaciones y culturas. Sin molinillo, no hay chocolate y sin chocolate, no hay la calidez de la tradición que todos apreciamos.