Desde hace mucho las artes tienden a asociar los placeres de la mesa con los de la cama; y cómo no va a ser así cuando en la realidad, el erotismo y el paladar van muy unidos; en definitiva, son varios los sentidos y los órganos que participan en ambos actos: la degustación y el placer amatorio se logran en buena medida mediante la boca y las manos, mientras la vista, el tacto y el gusto participan activamente, matices a un lado, en los dos hechos.
Como agua para chocolate, uno de los mayores éxitos editoriales en el mundo, da fe de ello; es una novela de la mexicana Laura Esquivel quien la publicó en 1989 y rápidamente se convirtió en suceso internacional al punto de ser incluida entre las 100 mejores obras del siglo pasado escritas en castellano según el diario español El Mundo, y haber sido traducida ya a más de 30 idiomas.
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Tita y sus relaciones constituyen el gran núcleo dramático del libro: los vínculos de esa joven con su madre, sus hermanas y el hombre del que se enamora y a quien le prohíben ver, todo ambientado en la época de la Revolución Mexicana: los prejuicios, la situación desventajosa de la mujer para decidir a quien ama y en general, su propio destino, las relaciones de clase y de familia, aparecen excelentemente ambientadas en el relato, que mantiene un sólido equilibrio entre humor y gravedad mediante una apreciable limpieza escritural desde el singular estilo que caracteriza a su autora.
Sin embargo, lo más original de Como agua… , lo que a mi juicio la ha hecho trascendente en tanto obra artística, es la manera en que juega con la gastronomía mexicana, con los alimentos como metáforas de sentimientos y nexos humanos. Los capítulos son antecedidos por recetas, las cuales presenta la sobrinieta de la protagonista, narradora de la historia.
Tortas de Navidad, Pastel Chabela (de Boda), Codornices en Pétalos de Rosa, Mole de Guajolote con Almendra y Ajonjolí, Chorizo Norteño, Masa para hacer fosfóros, Caldo de colita de res, Champandongo, Chocolate y Rosca de Reyes, Torrejas de Natas, Frijoles gordos con chiles a la Tezcucana y Chiles en Nogada son los 12 capítulos de la novela , nombrados según los sendos platos que los introducen; más allá de eso, durante toda la narración encontramos asociaciones de alimentos, bebidas y comidas con los avatares de la acción y los personajes, sobre todo en los relacionados con los lances y (des)encuentros amorosos.
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Uno se la pasa con la boca hecha agua durante toda la lectura, que demuestra a cada momento la delgada barrera que separa la mesa de otras secciones del humano proceder, y la importancia que tiene aquella en los actos y hechos de hombres y mujeres en cualquier país y momento histórico, aunque en el caso de Como agua para chocolate, trasciende aquellos gracias a la fuerte vocación universal de la autora.
Justamente por el éxito del libro, el destacado cineasta Alfonso Arau, entonces pareja de Laura Esquivel, lo llevó a la pantalla en 1992, multiplicando así los lauros del referente: la película obtuvo 10 premios Ariel de la Academia mexicana, que como se sabe, son los equivalentes al Oscar en ese país.
Al igual que en la obra literaria, los personajes están casi todo el tiempo preparando los más diversos platos, los encontrados y variopintos sentimientos que los animan se generan en el alma y el corazón pero… van directamente al estómago. No hay que olvidar, digamos, aquella excepcional escena en que, como escribió la colega Bettina Breme, "los invitados a la boda rompen a sollozar después de haber degustado el opulento ágape cocinado por Tita, quien anda sufriendo penas de amor". Para agregar que, "no en último término, el filme de Arau seguramente tuvo tanto suceso internacional porque manejaba de un modo agradable aquello que un amplio público se imagina como "realismo mágico" , aunque sepamos que la corriente estética abarca mucho más.
La asociación de los alimentos con posibles soluciones dramáticas, la conexión con otros puntos de la idiosincrasia mexicana y en general, latina (ardores sexuales, pasión, vehemencia, fuerza de carácter, etc) y la atmósfera perennemente mítica de la historia, confieren a la cinta a más que color, sabor. En su siguiente filme, Un paseo por las nubes (1995) filmado por Arau en Hollywood, hallamos connotaciones alimenticias, sin embargo nunca con la fuerza y el alcance que en su obra anterior.
Si en la novela las descripciones, caracterizaciones y asociaciones son brillantes por su gracia y el admirable uso del lenguaje que mediante ellas demostró su autora, en el filme el color (algo, como es bien conocido, esencial en la presentación de alimentos en la cena) es elemento significativo : una verdadera fiesta cromática encontramos en las exquisitas recetas, en los platos representativos de una cocina regional que, sin embargo, se erige en símbolo mucho más inclusivo y amplio: lo internacional de sentimientos y sensaciones que aparecen en el texto, tanto literario como cinematográfico.
Febrero, en cuyo justo centro hallamos San Valentín, cuando enamorados y amigos renuevan votos, pues ese día 14 en el calendario es de la amistad y el amor, sería un buen pretexto para volver a las páginas rebosantes de sabor y maravillas culinarias que significan Como agua para chocolate, o solicitar la película en alguna videoteca, para enfrentarnos a esas imágenes que entran por la vista y el oído pero también por las papilas gustativas. Y si no ha tenido hasta ahora el privilegio de apreciarlas, para luego es tarde: se trata sin dudas de una experiencia artística que bajo ningún concepto debemos perder.
En ellas se funden las artes de la literatura y el cine con esa otra que no lo es menos: la cocina, como si fuera poco, gourmet, todo en relación directa y exquisita con un arte más, que las corona todas y además, mueve la tierra: el amor.
Fuente: Revista Excelencias No. 30