Las navidades ya están aquí, y con ella, además de las luces en las calles, llegan a las pastelerías el dulce navideño por excelencia: el Roscón de Reyes.
La historia en torno al Roscón de Reyes
El origen de este dulce se remonta al reinado de Luis XV. Un cocinero, de origen sajón, quiso agasajar a su monarca en el Día de la Epifanía -también conocido como el Día de Reyes- con un dulce muy especial. En él, introdujo un valioso regalo que habrían comprado entre varios miembros del servicio. Al popularizarse, esta costumbre se trasladó a España en el siglo XVIII, con una moneda en el interior del roscón que, posteriormente, se sustituyó por una figurita.
Con motivo del 150 aniversario de la cadena de restauración, Viena Capellanes ha querido hacer un guiño a su historia, convirtiendo su famoso autogiro, con el que realizaban los repartos a domicilio en los años 30 del siglo pasado, en la figura que llevarán sus roscones del tamaño más grande.
La receta, según Viena Capellanes
Hoy en día, es difícil encontrar alguna familia que no disfrute de un roscón de Reyes en esta época, por lo que se ha convertido en el dulce que más ha conservado su tradición a lo largo de los años, incluso en el proceso de elaboración de la receta.
En Viena Capellanes se ha mantenido esta esencia, ofreciendo -como cada año- un producto artesano, elaborado con materias primas naturales de alta calidad.
Harina fuerte, mantequilla, azúcar, sal, ralladura de limón y naranja, levadura, huevo líquido, ron y agua son los ingredientes para elaborar la masa, junto con el azahar, que le aporta ese aroma tan característico que tiene el roscón.
La decoración del roscón de Reyes se hace con fruta escarchada, guindas, almendra en bastones y ázucar mojado. Han sido los rellenos, los que han permitido introducir un toque de vanguardia e innovación en un dulce tan tradicional. Un ejemplo de esto es el rosconcito de Reyes de Baileys de Viena Capellanes: la clásica masa del afamado roscón de reyes, que se presenta en formato individual, con un relleno de nata aromatizada con Baileys, y con un baño de chocolate con leche con un toque caramelizado.
El proceso que siguen en el obrador madrileño se basa en amasar todos los ingredientes hasta que adquieran una textura compacta y consistente. Posteriormente, se separan en bolas según el peso y el tamaño de cada pieza -para un roscón de 5 o 6 raciones, aproximadamente 350 gramos de masa-. Para darle la forma de aro, se hace un agujero en el centro de la bola con el dedo y se aplana a mano colocándolo sobre la bandeja de horno.
La masa se deja fermentar durante dos horas a una temperatura de entre 26 y 30 grados. Una vez que ha subido, se decora con cuidado de no aplastar la masa, dando un baño con huevo batido y colocando las frutas escarchadas, después se echa un puñadito de almendra en bastones y, por último, el azúcar un poco mojado, para dar un efecto de nube.
Se cuece en horno, previamente calentado, a unos 240º, durante unos 45 minutos, hasta que adquiera un color dorado.