Azahar en una copa de vino

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Gabriela Sánchez
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vino de naranja

Dicen que el color de Sevilla no está en las acuarelas, sino en su aire impregnado de azahar y sus más de 50 mil naranjos. Aunque amargos, la infinidad de frutos que pueblan a la capital andaluza son el alma de uno de los tesoros líquidos más singulares de la región: el vino de naranja.

Aun cuando la denominación de origen de la bebida proviene de su vecina Huelva ( Denominación de Origen Condado de Huelva), la ciudad de mayor cantidad de naranjos del mundo se ha adueñado de ella como un símbolo de su cultura vinícola

Como bien indica su nombre el encanto del elíxir radica en su proceso de maceración que, en lugar de uvas, emplea cáscaras de naranja amarga. Tras esta etapa, se añade a un vino dulce, generalmente de Pedro Ximénez, y se somete a una crianza oxidativa de al menos dos años en barricas de roble mediante el sistema de criaderas y soleras.  Así, nace un vino aromático, de sabor dulce y amargo a la vez, ideal tanto como aperitivo como para acompañar los postres.

Naranjos y barricas: tradición líquida

Para elaborar los vinos de naranja es imprescindible una buena selección del vino base, que puede ser un vino naturalmente dulce o un vino seco al que se le añade mosto concentrado para realzar su dulzura. 

El siguiente paso es la maceración del alcohol vínico con cáscaras de naranja amarga. Con ello se transfiere su esencia al alcohol, otorgándole notas cítricas intensas y una elegancia que se siente en cada sorbo. Este alcohol macerado se añade al vino base.

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Tras estabilizar la mezcla, llega el momento crucial: el envejecimiento. El vino reposa en toneles de roble de 650 litros, donde se somete al tradicional sistema de criaderas y soleras. No olvides servirlo frío y con una rodaja de naranja fresca. Si lo bebes a orillas del Guadalquivir la experiencia es simplemente memorable.

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Gabriela Sánchez