a cena de los presentadores de las campanadas de Fin de Año es uno de esos rituales invisibles que casi nadie ve, pero que dice mucho del oficio. Mientras millones de personas preparan mesas largas, uvas contadas y copas frías, ellos afrontan una de las noches más exigentes del año con una premisa clara: comer lo justo, lo correcto y en el momento adecuado.
Porque presentar las campanadas no es solo sonreír ante la cámara. Es resistir horas de maquillaje, frío, mucho frío, ensayos interminables, nervios y un directo que no admite errores. Y todo eso condiciona lo que entra en el plato.
Comer para aguantar, no para celebrar
La mayoría de presentadores optan por cenas ligeras y tempranas, normalmente entre las seis y las ocho de la tarde. Nada de excesos, nada de alcohol y, desde luego, nada que pueda sentar mal. El objetivo no es brindar, sino llegar despiertos, concentrados y con buena voz a medianoche.
En ese contexto, David Broncano ha contado en más de una ocasión que en noches de trabajo opta por comidas sencillas y prácticas, como arroz blanco, pollo a la plancha o platos de cuchara suaves si el frío aprieta. Nada sofisticado: energía limpia y digestión fácil.
Cristina Pedroche, que ha convertido las campanadas en un acontecimiento mediático en sí mismo, suele apostar por una cena muy ligera: cremas de verduras, pescado blanco o incluso solo caldo caliente, especialmente cuando el vestuario es complejo y el cuerpo va a pasar horas expuesto al frío.
Alberto Chicote, acostumbrado a jornadas maratonianas entre fogones y televisión, ha reconocido que en noches así evita cualquier comida copiosa. Suele recurrir a purés, pescado a la plancha o una tortilla francesa, reservando cualquier celebración gastronómica para después del directo.
El frío manda más que el glamour
Aunque desde casa todo parezca brillo y lentejuelas, muchos presentadores pasan horas a la intemperie. Por eso, antes de salir al directo, los caldos calientes y las infusiones se convierten en aliados imprescindibles. Jengibre, manzanilla, té suave o simplemente agua caliente ayudan a mantener el cuerpo activo y la garganta en forma.
Presentadores veteranos como Anne Igartiburu han explicado en entrevistas que el cuidado de la voz es clave esa noche, por lo que evitan alimentos fríos, bebidas heladas y cualquier cosa que pueda afectar a la dicción o provocar tos en pleno directo.
El alcohol, por tradición asociado a la noche, está completamente desterrado. Ni cava, ni champán, ni brindis anticipados. Si hay burbujas, serán después… y no siempre esa misma noche.
¿Y las uvas? Con cuidado quirúrgico
Curiosamente, muchos presentadores no comen las uvas completas en directo. Algunos las parten, otros las pelan, otros directamente simulan el gesto para evitar atragantamientos. Después de semanas de preparación, nadie se la juega por una tradición mal gestionada.
En bastidores, no es raro encontrar platos con uvas ya cortadas, pañuelos, agua y personal pendiente de cualquier imprevisto. Todo está medido al segundo.
La verdadera cena llega después
Cuando el reloj marca la una de la madrugada y las cámaras se apagan, llega el verdadero premio. Algunos regresan a casa y celebran con familia o amigos; otros improvisan una cena tardía en el hotel o el plató. Ahí sí aparecen el jamón, el marisco frío, las sobras navideñas o una copa que sabe a misión cumplida.
Porque para ellos, la Nochevieja empieza cuando para todos los demás ya ha terminado.
Mientras medio país se entrega al exceso, los presentadores de las campanadas hacen justo lo contrario: contención, estrategia y cabeza. Una cena pensada no para disfrutar, sino para sostener uno de los directos más vistos del año.
La fiesta, si llega, llega después. Como casi todo en televisión: primero el trabajo, luego el brindis.
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