Aunque el término ritual por lo general se asocia con prácticas religiosas, al revisar sus orígenes etimológicos se encuentra ritus, que equivale a rito, y con adición del sufijo al, equivale a relativo, concerniente o perteneciente, dando lugar a la también latina expresión rituālis. Por su parte, liturgia procede del latín tardío liturgĭa y este, del griego leitourgía, que se asume como sinónimo de servicio o ministerio, al igual que ritual de ceremonias o actos solemnes no religiosos.
La cotidianidad existencial, desde tiempos inmemoriales, está marcada por acciones que en muchos casos trascienden lo rutinario para afianzarse en la conciencia a modo de procederes poco menos que “inviolables”, más que meras costumbres; y hasta con no pocos riesgos de tildarse con carácter de manías, obsesiones o supersticiones. Valga, pues, que existe el universalísimo concepto de cultura, abarcador —y argumentador— de casi todo lo que a la humanidad se le ocurre hacer. Ejemplos de ello, en nuestra Isla Grande abundan. Prácticamente inconcebible resultaría para un cubano disfrutar de un potaje de frijoles y una carne guisada, en abundante salsa, sin acompañarlo con una generosa porción de arroz blanco; o prescindir de una rodaja de limón para exprimirla sobre un plato de sopa, un denso ajiaco y un suculento pescado frito; o no aderezar una yuca, un boniato y una malanga hervida, al igual que unas masas de cerdo fritas y una buena porción de cerdo asado, con un clásico y recién elaborado mojo criollo, a base de zumo de naranjas agrias, ajos majados y manteca de cerdo; o comerse “a pulso” un dulce de frutas en almíbar, sin un pedacito de queso. El beber criollo destaca por un ritual con absoluto sentido de espiritualidad: derramar en el piso o en la tierra un chorrito de bebida aguardentosa, cada vez que se abra una botella, dedicado a los santos. Por si acaso…
Pero, probablemente, fumar un Habano sea el acto de placer precedido de mayor cantidad de pasos. Según las indelebles enseñanzas de un mentor del tabaco cubano, el maestro Juan José López Freyre (1942–2017), sobrepasan de cinco centenares las etapas y momentos que presuponen, en su conjunto, cultivo, cosecha, procesos fabriles, transportación, almacenamiento, comercialización y consumo del único producto nacional de Cuba con Denominación de Origen Protegida (D.O.P.). Asimismo, resulta notoria la cantidad de atributos visuales que invisten los Habanos, tanto en sus envases como por cada pieza resultante de la labor de los torcedores (vistas, bofetones, fileteados, papeletas, tapaclavos y anillas o marquillas), al igual que los soportes, accesorios y adminículos utilizados para la tenencia y plenitud de fumar Habanos (estuches, cajas, humidores, petacas, bolsas o cajuelas para rapé y picadura, tubos, tabaqueras, guillotinas o cortapuros, boquillas, pipas o cachimbas, encendedores o mecheros, ceniceros con formas y dimensiones especiales). Constituye, por cierto, una distinguida forma de coleccionismo, reconocida como vitolfilia o memorabilia, basada en la inagotable creatividad y recurrente sentido estético de piezas litografiadas e impresos de alta factura. Todo lo cual ha dado lugar a un extenso y particular vocabulario, pormenorizadamente detallado en el libro Léxico tabacalero cubano (La Habana, 1940), con autoría de José E. Perdomo y prólogo del sabio Don Fernando Ortiz.
Los fumadores habituales de Habanos añaden mayor histrionismo a este controvertido placer. Es por ello que, al llegar a sus manos, prolongan lo que en términos de música identificaríamos como tumba´o —compases que preceden/anuncian la “catarsis” melódica, a modo de preparar a los bailadores para dar rienda suelta al gozo de danzar en pareja— antes de prenderle fuego. Con ademanes y movimientos instintivamente impulsados, cuando no reflejo condicionado, es seleccionado el Habano de su caja, estuche o soporte donde se presenta, para lo cual se revisa con aguda observancia su aspecto exterior; se extrae con delicadeza, valiéndose del dedo índice, por el extremo opuesto a la embocadura para no dañar la capa; se sostiene entre los dedos pulgar, índice y del medio para olerlo y apretarlo ligeramente, con el propósito de comprobar su grado de humedad (si cruje o no), al igual que si fue torcido apretado, flojo o adecuado. No faltan los que gustan de acariciarlos con la punta de la lengua, antes de encenderlo, quizá en muestra de plena comunión.
El llamado ritual del Habano se ha erigido imprescindible en la industria de la hospitalidad, siempre demandando profesional y elegante ejecución por parte de los expertos encargados de brindar este refinado servicio. Consiste, en esencia, en ofrecer y recomendar al cliente la marca y vitola más adecuada para la ocasión o el maridaje deseable; cortar con una guillotina especial (o cortapuro) una pequeña sección de la embocadura; encenderlo, en ángulo de aproximadamente 45 grados, valiéndose de una varilla de cedro (o cedrillo); darle varias vueltas, con movimientos circulares para lograr la combustión inicial; y entregarlo al cliente sobre un cenicero apropiado. Seguidamente, son propuestos los maridajes que puedan resultar más pertinentes, con acompañamiento de cafés, bebidas espirituosas, siempre con un orden lógico.
Sin embargo, persisten modestos pero fieles fumadores que prefieren cortar con los dientes una pequeña muesca de la embocadura y prenderlo, sostenido en la boca, con un fósforo, fosforera y hasta con una brasa de carbón o leña. Y continuar trabajando. Otros no renuncian a una humilde, sencilla y honesta forma de saborear la intimidad —léase, hacer lo que viene en ganas— durante la fumada: mojar en la tacita o jarrito de café, o en el vaso o copa de los alcoholes que más a la mano se tenga, la con frecuencia mordisqueada parte por donde se inhala el humo. Más directa conjugación de percepciones, imposible lograrla. Vaya, entonces, una simple y llena de cubanidad reflexión de un gran criollo, Francisco Repilado, “Compay Segundo”: “Me pueden acusar de chovinista, pero nada puede compararse a la asociación entre el ron y el tabaco de mi país. Después que usted se come un lechoncito asado, un buen plato de moros y cristianos, un postre sencillo, preferiblemente cascos de guayaba o coco rallado con queso blanco, y una tacita de café, prenda un tabaco de hoja seleccionada de Vuelta Abajo y acompáñelo de una copa de ron Añejo 7 años Havana Club, Varadero o hasta un Paticruza´o, ese roncito medio dulce que tanto nos gusta a los trovadores santiagueros y que se hace mejor cuando el humo llena la boca…” (1).
Nota:
1. Tomado de una entrevista realizada al imperecedero músico cubano Francisco Repilado, “Compay Segundo”, publicada en Acuarela de los Tabacos, 2001.