La milenaria historia del Cognac

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Por: Roberto Fuentes Milián
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La milenaria historia del Cognac

Una de las bebidas más conocidas y consumidas en el Viejo Continente es el coñac o cognac, aunque quizás muchos no sepan que su historia se remonta a una etapa tan antigua como la civilización romana, quienes pasaron a los franceses el cultivo de la vid en el siglo III de Nuestra Era.

Según algunos historiadores, el antecedente más inmediato del coñac fue la decisión de los cultivadores galos de almacenar en toneles de robles por largos años, en el siglo XVIII, sus vinos destilados y convertidos en aguardientes, por la poca demanda que entonces tenían en el mercado. Fue ese tiempo de almacenamiento en barrica lo que propició que el líquido tomara un color dorado, y que su viveza y ardor se transformaran en algo agradable al paladar, con un exquisito aroma.

La bebida tomó el nombre de una pequeña ciudad de apenas 20 mil habitantes, ubicada en la región de Poitou-Charentes, que le dio su nombre –Cognac- al más universal de los destilados provenientes del vino. Otros investigadores, en cambio, sitúan el nacimiento del coñac, en los vinos de la región, que inicialmente se reservaban para consumo doméstico, hasta que empezaron a llegar a la región marineros de todo el mundo y los vinicultores encontraron en el vino de Cognac una buena fuente de ingresos.

En vista de que los marinos no podían llevar grandes cantidades, los productores decidieron hervirlo para lograr un concentrado que ocupara menos espacio y que al llegar a su destino fuese diluido y vuelto a su estado normal, con lo cual surgió el coñac propiamente. Sea cual sea su origen, y llámese coñac, cognac o cogñac, pues de diversas maneras se nombra, una de las peculiaridades de este espirituoso radica en que la destilación de los vinos de Charente, aunque se realiza en alambiques tradicionales, se efectúa dos veces.

Lógicamente, la magia de su encanto no radica solo en su proceso de elaboración, pues en el territorio galo donde se produce coinciden por fortuna diversas características geoclimáticas que le dan a las uvas un sello único. El suelo calcáreo de la región da cabida a una vid sui géneris de la cual salen vinos secos y ligeramente ácidos, los cuales son destilados para obtener este licor exquisito.

No obstante, aunque Cognac es la región por excelencia para producir la bebida, también existen otras zonas de Francia donde se elabora con gran éxito, como Grand Champagne y Petit Champagne, las cuales demostraron tener suelos de los cuales salen productos que engrandecen la fama del coñac.

Y paradójicamente, si bien es la región gala donde nació esta bebida, han sido algunos ingleses e irlandeses quienes le han dado un sello distintivo en su historia. Tal es el caso del irlandés Richard Hennesy, quien desde 1765 estableció en Cognac su emporio de producción de brandy, aunque ya desde antes en la zona estaban los ingleses de la dinastía Martell, ambos nombres que distinguen hoy a coñac reconocidos en el mundo entero.

También personajes históricos como Enrique IV, Napoleón Bonaparte, Alejandro Dumas y Edmundo Rostand han estado ligados a esta bebida, ya sea por el papel que jugaron difundiéndola, o por las alabanzas hechas por medio de sus obras literarias. Es muy interesante que tienda a veces a considerarse a todo coñac como hijo legítimo del Brandewijn (vino quemado), llamado en inglés Brandy y en alemán Branntwien.

Y en realidad, aunque todo cognac es un brandy, no todo brandy es un cognac, pues según lo estipulado por las leyes francesas el brandy sólo puede llamarse cognac si proviene de áreas bien definidas en el valle de Charente, que rodea al pueblo que le dio nombre a la bebida.

Así, aunque algunos países llamaron inicialmente cognac a sus brandys, en 1919 el nombre se convirtió en una denominación de origen registrada, por lo que se vieron obligados a cambiar su nomenclatura. A su vez, los artesanos le han dado una forma típica a la botella de esta bebida, la más clásica de ellas la cognacaise, alta, delgada y de vidrio llano y transparente.

E incluso, tiene su propia copa, en forma de tulipán, ligeramente ensanchada en la base, para que «respire» cuando se sirva. Así, al verter el coñac en la copa, esta se hace girar para permitir el contacto con el aire y se calienta con las manos antes de llevarla a los labios, para degustar sorbo a sorbo su milenaria historia.
 

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Por: Roberto Fuentes Milián