Memoria gastronómica de mí infancia

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Enric Ribera Gabandé
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He de confesar que mi gran pasión por la gastronomía y la cocina me viene de mi madre. La memoria de la alimentación la tengo perenne e intacta. Mi estimada madre, Ramona, leridana de pro, me enseñó a distinguir los sabores de los alimentos desde muy pequeño; a comer poca cantidad pero de calidad, que en ningún momento se debe asociar a productos de alto coste económico.

Ramona Gabandé me hizo ver que se podía comer muy bien sin hacer grandes dispendios ni dedicar a la comida presupuestos desorbitados.  Recuerdo muy bien el recetario personal que ella tenía entronizado en los fogones, en su día a día. Para el desayuno, uno de los bocadillos que más me fascinaban era el de anchoas (en aquellos años las anchoas en salmuera de la Escala, y digo de la Escala, no como las de ahora que la gran mayoría provienen de otros lares transportadas en barcos pesqueros frigoríficos no tenían un coste alto). Me encantaba este bocadillo hecho con pan horneado en horno de leña (¡único!) aliñado con aceite de oliva, pimienta negra y un poco de vinagre. Ummm… ¡Extraordinario! No he vuelto nunca más a comer uno como aquéllos.

En épocas pasadas, las comidas eran ricas, variadas y llenas de imaginación entre fogones. Por ejemplo, las ensaladas tenían un toque muy casero, pero eran muy tentadoras, elaboradas con productos del huerto familiar, ilustradas con atún en escabeche, aceitunas arbequinas, huevo duro, unos filetes de anchoas, pimiento rojo y verde y bacalao desalado. La paella de arroz mixta de los domingos, venía a ser la conmemoración de la fiesta mayor, sin ser fiesta mayor. No digamos de los canelones caseros, hechos con todas las trazas artesanas. Resultaban espectaculares. También, la "olla barrejada", las lentejas estofadas y las "caracolinas" de secano hervidas y acompañadas con alioli y tomate no maduro; los caracoles a la "brutesca" y a la "gourmata", y el "confitat" con sanfaina (en época de primavera-verano).

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No podía faltar por la noche de invierno la verdura hervida. Por la mañana, del caldo de este hervido, mi madre hacía sopas de pan que las ilustraba con una cabeza de arengue. Uno de los platos que siempre esperaba la familia los domingos por la noche era el conejo guisado con setas ¡Otra delicia! Los viernes de Semana Santa, como venían a ser para nosotros muy rigurosos en los años 60 y 70 del pasado siglo, era de obligado cumplimiento el Ayuno. Mi madre, elaboraba una cazuela de ayuno, preparada con bacalao frito, tortilla con trampa (huevo, agua y harina), alcachofas también fritas, pasas, piñones y huevo duro. Todo lo terminaba en una cazuela de barro con una picada catalana de almendras, avellanas, sal, ajo y pan frito. También, en Semana Santa preparaba unos "panadons" de "rechupete", la olla de congrio y también la clásica mona de Pascua.

Hoy en día, Pilar, mí mujer, sigue desde hace muchos años la senda gastronómica de Ramona, lo que me hace revivir viejas, pero, a la vez, nuevas sensaciones palatales, ayudándome, con ello, a preservar  la memoria gastronómica de la infancia.

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Enric Ribera Gabandé