Allá por el año 1700, los madrileños incorporaron en sus fiestas una bebida cuyo nombre remite a los nombres irónicos que puede recibir la cerveza. Sin embargo, el agua de cebada era algo que nada tenía que ver.
Ahora que llegan los días de San Isidro, los que acuden hasta la Ermita del Santo ubicada en la Pradera para disfrutar de verbenas y diversión podrían acabar con el calor gracias a esta bebida. Sin embargo, el comienzo de la comercialización de los refrescos acabó de forma progresiva con la venta de este producto. Actualmente queda un único lugar en todo Madrid que ofrezca a sus clientes un vaso de agua de cebada, y los vecinos lo reciben todas las primaveras y veranos con los brazos abiertos de par en par.
Lo que antes se bebía en cualquier bar o cafetería, en tiempo presente se encuentra solo en el quiosco de la familia Guilabert. Abierto en 1910 por una pareja alicantina que decidió emigrar a Madrid, actualmente conserva el oficio de horchatero gracias a la cuarta generación, los biznietos Miguel y José, quienes ponen su nombre al puesto en la actualidad. Es común encontrarles con su llamativo y antiguo negocio azul por el barrio de Goya sirviendo horchata y, para los más nostálgicos, el agua de cebada.
Para quien eche de menos este sabor, o para quien recuerde su infancia en el color de la bebida, hay una buena noticia. Es un refresco que se puede preparar en casa. Para realizarlo, se necesitan granos de cebada, agua, canela, limón y azúcar. La cebada se cocina con la canela en agua durante cuarenta minutos aproximadamente, y luego se cuela el agua y se deja enfriar. Después, se le añade el endulzante y el zumo de limón. Una vez servida con mucho hielo estará lista para su disfrute.
Además, se conoce que la cebada posee múltiples beneficios. Está considerada un super alimento y tiene altos niveles de fibra que ayudan a reducir el colesterol y a facilitar el proceso de digestión.
Por lo tanto, tanto si paseas por las verbenas en Madrid este mayo como si te encuentras lejos de la capital, siempre es recomendable consumir un pequeño trago de nostalgia y de la historia, todavía, aunque escasamente viva, de la gastronomía líquida de la ciudad.
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