Desde su irrupción, en 1875, en el competitivo mercado de puros torcidos a mano con tabaco cubano, los Habanos de la marca Romeo y Julieta encerraron en sus aromáticos e inspiradores efluvios el encantador espíritu de la obra literaria consagrada como la más famosa del escritor inglés William Shakespeare.
El misterio de su fascinante atracción cobró fuerza y notoriedad a lo largo de los 145 años transcurridos desde entonces, y hoy día goza de un sólido prestigio en los más exigentes mercados del mundo.
Sus admiradores reconocen su equilibrada y aromática ligada, con hojas seleccionadas procedentes de la región de Vuelta Abajo, que los convierten en el Habano clásico de sabor medio.
Romeo y Julieta ofrece la más amplia gama de vitolas de las marcas de Habanos, todas elaboradas totalmente a mano con tripa larga.
La bella y curiosa leyenda comenzó en la pequeña fábrica de los tabaqueros asturianos Inocencio Álvarez y José García (Manín), los cuales solicitaron permiso de la Alcaldía “para matricular una marca de tabacos (cigarros puros), denominada Romeo y Julieta para el uso de la fábrica de su propiedad establecida en la calle de San Rafael 87 de La Habana”, según consta en el anuncio de la Gaceta Oficial, fechada en La Habana el 22 de febrero de 1876.
En el taller de Inocencio y Manín los torcedores pedían al lector de tabaquería –ese personaje excepcional que amenizaba su jornada laboral- que leyera, una vez más, la traducción al español del cautivante romance de Romeo y Julieta.
Mientras revestían de amor y esplendor aquellas verdaderas joyas artesanales, que salían de sus manos con seductora apariencia, el singular auditorio estallaba en una emotiva explosión de admiración, golpeando el tablero con sus chavetas, en los momentos culminantes.
Ni el propio William Shakespeare jamás hubiera imaginado que, en la lejana colonia española de la Mayor de las Antillas, la evocación de la tragedia de los amantes de Verona envolviera con su sortilegio la leyenda de una de las marcas de Habanos de mayor éxito comercial de todos los tiempos.
Aquellos obreros, considerados analfabetos, inspiraron a los dos asturianos en la adopción del nombre de la obra del dramaturgo británico como marca comercial para sus elegantes Habanos.
A partir de ese momento inició una vertiginosa carrera de éxitos que se mantiene hasta hoy. Entre 1885 y 1900, la pequeña fábrica de Romeo y Julieta produce tabaco en cantidades limitadas, pero de excelente calidad, cosechado en la famosa comarca de Vuelta Abajo (Pinar del Río).
Según historiadores, desde el principio, Inocencio Álvarez contrató a los mejores torcedores de La Habana y exigía, por encima de todo, la calidad tanto de sus Habanos como de su presentación.
De esta forma, la marca ganó su fama entre los fumadores más exigentes del mundo en tiempo récord, como lo avalan las medallas de oro en las exposiciones de Amberes (1885), París (1889), Bruselas (1897) y nuevamente París (1900), presentes en su logotipo.
La compañía logró su éxito gracias a una decisión simple, pero extremadamente eficaz: "para conseguir un buen Habano era necesario un buen tabaco".
Por su parte, para asegurar la máxima calidad de la hoja, Manín García creó un cuerpo de observadores con experiencia, que enviaba como "espías" a las mejores vegas de Cuba, con instrucciones precisas de prestar atención a todas las fases por las que pasaban las plantas hasta su maduración, para luego decidir a quién comprar cada temporada.
Sin embargo, quien elevó a sus máximos niveles de exposición y venta los Habanos de Romeo y Juieta fue otro joven asturiano, llegado a Cuba con nueve años de edad, en 1885, quien luego de cursar estudios en la Isla y en universidades de Estados Unidos, pagados por un tío tabaquero, regresó a trabajar en la industria, hasta conocerla de adentro hasta afuera, para dominar e impulsar su publicidad a una escala nunca antes vista en el negocio. Tras acumular experiencia como ex jefe de la fábrica de Cabañas en La Habana, José Pepín Rodríguez Fernández adquirió Romeo y Julieta en 1903, desistiendo de trabajar para firmas estadounidenses que llegaron a ofrecerle un cheque en blanco para que fijara sus honorarios.
La cuidó y desarrolló "como si fuera su propia hija", según le dijo a un empresario de Estados Unidos quien intentó hasta el cansancio comprarle la floreciente fábrica, que en 1905 era una de las mayores de La Habana, con una superficie de 1.960 m2 y más de 1.000 operarios.
En el período 1903-1916, Romeo y Julieta aumentó su producción de 2 a 18 millones de Habanos al año.
Don Pepín, como le decían, tenía fama de ser hombre sencillo y afable, poseía un talento natural y un instinto comercial innato, combinado con una gran capacidad creativa. Se le consideró un innovador en publicidad.
La marca alcanzó renombre internacional en los primeros años del siglo XX, después de que Don "Pepín" Rodríguez, fuera de los primeros en reconocer la importancia de las anillas como factor del éxito.
La visita a Cuba en 1946 del ex primer ministro británico Winston Churchill confirmó su sagacidad. Tras conocer la afición del afamado político por el tabaco cubano desde su viaje a la Isla, en 1895, y su preferencia por Romeo y Julieta, la compañía produjo un Habano en su honor: el Romeo y Julieta Churchills, un Habano de 178 mm de largo por un cepo 47.
La devoción de Churchill por la marca Romeo y Julieta duró hasta su último suspiro. Su nombre no solo fue utilizado en anillas de Habanos, sino que dio título a la más conocida de las vitolas de la marca. Al morir, 69 años después de tomar en sus manos su primer puro cubano, Winston Leonard Spencer Churchill había fumado más de 250.000 Habanos, unos 4.000 anuales, según los historiadores Bernard Le Roy y Maurice Szafran.
Por uno de esos extraños hechizos que envuelven las volutas de humo del Habano, su descubrimiento por los europeos se produjo en la misma época que Shakespeare provocaba revuelo en la escena teatral londinense. Cinco siglos después, la leyenda de Romeo y Julieta enciende pasiones y ocultos placeres en los devotos al Habano que ostenta su nombre y los secretos de su encanto universal.