La Habana. Universo mestizo de la coctelería

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Rafael Ansón Oliart
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Combinar líquidos y otros complementos en adecuadas proporciones. Esa es la esencia del apasionante mundo de los cócteles (que más propiamente deben llamarse "cocktails" o "colas de gallo", pues su origen está en los brebajes que se daban a estos animales para que fueran más agresivos en las peleas), alrededor del cual La Habana ostenta a lo largo de este año la Capitalidad Iberoamericana de la Coctelería 2018.

Algunos de los grandes tragos de la historia de la coctelería mundial, como el Daiquirí, el Cuba Libre o el Mojito, encuentran en la capital cubana su escenario más reconocido. En el origen del mundo del cóctel, La Habana tiene, desde luego, un lugar relevante. Quizás junto a Nueva York, San Francisco y Río de Janeiro, se trata incluso no solo de la Capital Iberoamericana sino de la Capital Mundial de la Coctelería.

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Universo mestizo, rico en colores y sabores, el de los cócteles es, como la cocina en sí, una sabia yuxtaposición de ingredientes. Compañía para la conversación y el ocio, el cóctel ha sabido revestirse, además, de toda una mitología. Dos ejemplos me vienen rápidamente a la cabeza: el aragonés Luis Buñuel, gloria del cine español y universal, además de apasionado defensor del Dry Martini; y Ernest Hemingway, quien mucho hizo por el  turismo de Cuba, al convertir El Floridita en la meca universal del Daiquirí, estupenda combinación de ron blanco y zumo de limón, cuyo nombre homenajea a una bella playa de la parte oriental de Cuba.

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Rafael Ansón durante su visita a El Floridita.

 

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Son estos dos verdaderos monumentos de la coctelería, junto con otros nombres de referencia, como el Americano, el Margarita, el Alexander, el Mojito o el Bloody Mary, extraordinarios cócteles clásicos, a los que se han unido los cócteles creativos obra de los bármanes contemporáneos, dentro de un universo que, ya se trate de tragos largos o cortos, no para de crecer.

Existe toda una mitología del cóctel en el cine y en la literatura. De los Daiquirís que tomaba Ernest Hemingway en el Floridita de La Habana; o de los Dry Martini (ginebra, corteza de limón y vermut seco) que consumía vorazmente Humphrey Bogart en sus películas o el escritor Dashiell Hammett, mientras preparaba sus excelentes guiones. O el Vesper Martini que a base de ginebra, vodka y Kina Lillet, tomaba el primer James Bond en Casino Royale. Mucho antes, los cócteles dieron personalidad a la América de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, con epicentro en La Habana.

A expensas de que la coctelería se reviste de esa apoyatura artística o literaria que da el paso del tiempo, el secreto del cóctel, tradicional o vanguardista, radica en la habilidad del bartender para elegir los ingredientes y mezclarlos bien en la coctelera o en la copa, que no son sino símbolos de la vida misma y de la cocina, al fin y al cabo, dos artes combinatorias.

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Pero quizás lo más extraordinario es la expansión que han tenido los cócteles iberoamericanos en los últimos años, todos ellos basados en un destilado propio del país. Así, el Mojito y el Daiquirí, con base en el ron cubano; el Margarita con tequila de México; la Caipiriña con cachaza de Brasil; el Pisco sour con el pisco de Perú y el Mate, basado en esa curiosa ginebra que tienen en Argentina y en la hierba mate.

Sería muy interesante en La Habana llevar a cabo un concurso entre esos cocteles iberoamericanos para ver cuál es el “number one”.

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Rafael Ansón Oliart