La coctelería es, ya se sabe, un arte: mixturar licores, jugos y esencias; crear sabores nuevos a partir de la mezcla de varios ingredientes. Encontrar con ellos un toque personal, una identidad como autor, entra de lleno en el mundo de la estética. Sin embargo, algunos bartenders han llegado más lejos intentando recrear obras de arte en sus cocteles. Es el caso, por ejemplo, de Rajendra Rush Limbu, del Artesian Bar en el hotel The Langham (Hong Kong), quien ha llevado a sus copas lienzos de famosos pintores.
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Noche estrellada, del célebre posimpresionista Vincent Van Gogh (1853-1890), es uno de ellos. Se trata de una de las grandes piezas del maestro, realizada en 1889, cuando el artista pasó sus últimos días en el sanatorio Saint Rémy de Provence. Mediante óleo humedecido y pinceles finos, el holandés reproduce una verdadera fiesta celestial; sobre un fondo azul, los astros parecen formar un carnaval, reinando sobre un pueblo adormecido y manso.
Claro que el bartender no podía representar la totalidad de la imagen, demasiado compleja para reproducirla en una base líquida, de modo que incorpora un detalle, pero suficiente para evocar la obra plástica: sobre un fondo blanco estampa uno de los remolinos vangoghianos y lo que parece ser la luna (en cuarto menguante) dentro de tan maravilloso firmamento, que en la lectura de Rush Limbu resulta un astro sin mucha definición. De cualquier manera, es un precioso segmento que evoca y reverencia a Van Gogh y a una de sus obras maestras, para lo cual la bartender mezcló ron Chalong Bay, frangélico, licor de hierbas Strega, amargo de Xocolatl Bitters, zumo de lima y una pizca de Blue Caraçao azul.
Otro acercamiento del hongkonés al mundo del arte pictórico es mediante el cuadro La persistencia de la memoria, conocido también como Los relojes blandos o Los relojes derretidos, realizado en 1931 con la técnica del óleo sobre lienzo, por el célebre español Salvador Dalí (1904-1989), paladín del surrealismo.
El cuadro muestra un característico paisaje dentro de esa tendencia artística: un mar de fondo y una pequeña aunque insólita formación rocosa a la derecha; en primer plano a la izquierda, un bloque acartonado que funge de mesa, sobre el que se disponen los dos medidores del tiempo y un árbol, y al centro, una extraña figura que parece dormir sobre la arena. Resulta curioso porque el punto de partida de este cuadro es también un motivo culinario: Dalí confesó haberse inspirado en el queso camembert.
Rajendra apenas incorpora a su trago la figura sostenida en la mesa, o sea, el mayor de los relojes, que ahora, por supuesto, no descansa en una superficie sólida sino… líquida: la espuma blanca (a partir de huevo) de su coctel, amarillo en esencia como el color del objeto daliniano, y que consiste en una mixtura de mezcal, Grand Marnier, Domaine de Canton, Fee Brothers, bitter de naranja y zumo de ese cítrico
El tercero de los "cocteles artístico" de Rajendra Rush Limbu parte de la pieza Tableau no. 1, del neerlandés Piet Mondrian (1872-1944), realizada en 1921. Ese pintor abstracto fue uno de los principales exponentes de las vanguardias de principios del siglo, en especial del estilo De Stijl, que fundó junto a su colega Theo Van Doesburg. Vale destacar que también se vio influenciado por movimientos como el fovismo, el puntillismo y por supuesto, el cubismo picassiano. Además, Mondrian se volcó en su obra a lo alimenticio, como evidencian las dos versiones de la pieza Stilleven met gemberpot (Naturaleza muerta con una olla de jengibre).
Lo geométrico signa gran parte de su creación, y justamente la pieza adaptada por el bartender consiste en varios rombos que en la trasposición coctelera revelan un aperitivo a base de Saffron Gin, licor de flor de saúco, Chartreuse, amargo de The Bitter Truth Lemon Bitters, zumo de lima y granadina: líquidos que por ser de diferentes colores contribuyen a imitar la variedad cromática del original.
Ignoramos el alcance, autenticidad y sabor de estas criaturas confeccionadas por el artista de la barra hongkonesa, pero lo que sí no deja lugar a dudas es que son réplicas originales y muy creativas. Si no fueren aprobados en su principal función (la gustativa), al menos en el primer contacto con los clientes habrán ganado una batalla: la de la imagen, y como si esto fuera poco, habrán cumplido la no menos aplaudible misión de remitir al arte pictórico, mientras a su modo muy sui generis (sospecho que también exquisito) promueven grandes momentos y autores de la pintura universal.
Fuente: Revista Excelencias Gourmet No. 62