La seguridad alimentaria para todos es una piedra angular de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, que reconoce que el desarrollo sostenible solo se puede alcanzar si se erradican el hambre y todas las formas de malnutrición, como indica el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS). Sin embargo, la comunidad internacional debe ser consciente de que la seguridad alimentaria no solo significa que se produzca suficiente comida y que todo el mundo tenga acceso a ella. También es fundamental que toda esa comida sea inocua para el consumo. Esto es, no hay seguridad alimentaria sin inocuidad alimentaria.
Según la OMS, las enfermedades transmitidas por los alimentos afectan a 600 millones de personas y causan más de 420.000 muertes cada año en todo el mundo. Los niños se llevan la peor parte, tanto en términos de mortalidad como de retraso en el desarrollo, que afecta a casi 150 millones de menores de cinco años y a menudo está causado por microbios peligrosos o parásitos que invaden sus comidas. El año pasado, por ejemplo, un brote letal de listeria fue el responsable de más de 180 muertes en Sudáfrica; casi la mitad, niños pequeños. La contaminación se generó en una planta de procesamiento que exportaba alimentos a 15 países.
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El coste de la comida insalubre va mucho más allá del sufrimiento humano. La contaminada obstaculiza el desarrollo socioeconómico, supone una carga innecesaria para los sistemas sanitarios y daña la economía, el comercio y el turismo de los países. Los estados que son incapaces de cumplir los estándares internacionales de inocuidad pierden oportunidades económicas en el mercado mundial. El impacto de los alimentos nocivos cuesta a las economías de ingresos bajos y medianos alrededor de 84.000 millones de euros anuales en pérdida de productividad.
La creciente globalización de la cadena alimentaria supone que los riesgos de la comida insalubre pueden pasar rápidamente de ser un problema local a una emergencia internacional, exponiendo a la población mundial a graves amenazas. Muchos países en desarrollo importan una gran parte de su suministro de alimentos, y algunos —como las islas del Pacífico— dependen casi totalmente de la importación de alimentos para garantizar su seguridad alimentaria.
Por eso es absolutamente fundamental que los países inviertan en inocuidad alimentaria. Mientras muchos tienen sofisticados sistemas, no es así para todos. Ante la rápida evolución de la ciencia, la tecnología y la comunicación de hoy día, así como en los cambios en la agricultura el medioambiente y en la actitud de los consumidores, las autoridades de todo el mundo deben estar atentas, compartir información y recursos, y encontrar formas para asegurar que todas las partes implicadas contribuyen a lograr resultados positivos.
Desafortunadamente, las enfermedades transmitidas por los alimentos son particularmente susceptibles de propagarse a través de aquellos que tienen fuertes cualidades nutricionales —como los ingredientes ricos en fibra de las ensaladas, por ejemplo—, y el miedo generalizado puede derivar en un consumo mayor de comida ultraprocesada que empeora el problema creciente de la obesidad al que asistimos en todo el mundo y que tiene un enorme peaje en la salud y en la vida de la gente.
El impacto del cambio climático también socava la inocuidad de los alimentos. Por ejemplo, el riesgo de las aflatoxinas (un carcinógeno genotóxico que se encuentra en alimentos básicos en zonas tropicales donde las tasas de hambre tienden a ser altas) se propagará a medida que las temperaturas suban y los patrones de lluvia cambien. Mitigar este riesgo es crucial, especialmente para las comunidades rurales más vulnerables. Los contaminados con organismos resistentes a los antimicrobianos también pueden ser una fuente de vulnerabilidad para los humanos.
Hay mucho en juego, y no hay alternativa a invertir de forma inteligente y sólida en esta área.
En 2019, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), coorganiza dos conferencias internacionales de gran envergadura para debatir sobre el futuro de la inocuidad alimentaria. La primera se celebra estos días en Adís Abeba (Etiopía), en colaboración con la OMS y la Unión Africana. La cita destaca la importancia de la inocuidad alimentaria para luchar contra todas las formas de malnutrición y promover el desarrollo sostenible. La segunda, que la FAO está organizando con la OMS y la OMC, tendrá lugar en Ginebra en abril y abordará la importancia de fortalecer los estándares de seguridad alimentaria para promover el comercio internacional.
La FAO trabaja en varios frentes para promover la inocuidad alimentaria. Uno de los más importantes es el Programa Conjunto FAO/OMS sobre Normas Alimentarias puesto en marcha por la Comisión del Códex Alimentarius, un organismo intergubernamental para el establecimiento de normas alimentarias. Sus estándares se publican en el Códex Alimentarius. Este código alimentario cubre la totalidad de la cadena de producción y permite a los Gobiernos establecer estándares científicos aceptables internacionalmente y criterios para asegurar la inocuidad alimentaria y armonizar el comercio de alimentos a pesar de los nuevos desafíos y amenazas que continúan surgiendo.
El Códex ha trabajado en inocuidad alimentaria y comercio durante más de 50 años. Desde 1963, ha desarrollado cientos de estándares, directrices y códigos de conducta. Desde 1995 está reconocido por la OMC como el parámetro de referencia para las regulaciones nacionales de inocuidad alimentaria y como la base para el comercio internacional de alimentos.
La FAO también apoya a los gobiernos a redactar borradores o a enmendar legislación relacionada con la inocuidad y la calidad alimentaria, además de proveer asistencia a través de evaluaciones legales e institucionales, apoyar procesos de reforma legal y promover la formación y desarrollo de la capacidad de abogados y reguladores.
La inocuidad alimentaria requiere un enfoque participativo. Desde la producción al consumo, salvaguardar nuestros alimentos es una responsabilidad compartida y todos debemos poner de nuestra parte.
Fuente: El País