Banquetes célebres

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Redacción Excelencias Gourmet
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Cuando escuchamos o nos viene al pensamiento la palabra "banquete", generalmente la asociamos a una celebración en torno a una mesa con profusión de alimentos, ya sea un evento social o comercial. También se aprecia como una oportunidad de encontrarnos con amigos o conocer a otros, mientras degustamos una espectacular comida sobre cuyo contenido, a veces, nada sabemos de antemano, pero de seguro disfrutaremos al ir descubriendo sus secretos, como en una película de suspense.

Para muchos, la frase "darse un banquete" significa haber comido en cantidad y a plena satisfacción; para otros, "me voy a dar un banquete" es una analogía que sugiere la certidumbre de saciar alguna expectativa, tal vez inconfesable. Conozcamos sobre algunos antecedentes históricos, sociales y culturales concernientes a esta modalidad gastronómica, una formidable manera de disfrutar y socializar en grupo mientras comemos.

Banquetes: Placer compartido

Cuando el hombre comenzó a agruparse en clanes o tribus, realizaba en compañía el consumo de los alimentos, sobre todo después del descubrimiento del fuego, empleado para asar y cocinar sus comidas. Sentarse en grupo alrededor de la fogata poseía, además, un carácter místico: un ritual para que las fuerzas de la naturaleza resultaran propicias a la caza y a la recolección agraria.

El término "banquete", que significa "comida consumida en compañía", deriva del sustantivo banc (banco o asiento) y proviene de la etapa en que los primeros cristianos celebraban sus ágapes sentados en bancas.

Con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, y el uso de la cerámica y la metalurgia, las reuniones alrededor de la fogata comenzaron a celebrarse alrededor de una mesa y haciendo uso de los bancos. Asimismo, las comidas se tornaron más elaboradas, principalmente en las regiones más fértiles.

En varios libros del Antiguo Testamento aparecen referencias a los grandes banquetes babilónicos y egipcios, acerca de los cuales escribió Herodoto (el padre de la Historia) hace 2500 años. Pero los celebrados en la antigüedad grecorromana son los más conocidos, por su magnitud y el despliegue de manjares y espectáculos, sin ningún tipo de reparo en gastos o fastuosidad.

Los griegos fueron los creadores del symposion, ya que después de la comida hablaban de lo divino y lo humano, rodeados de frutas, pasteles, quesos y otras tentaciones para picar (todavía no se le llamaba "bufet").

Banquete-griego-symposion
Symposion griego.
 

El banquete —conocido también como El simposio— es además el título de un diálogo de Platón, compuesto alrededor del 380 a.n.e., que versa sobre el amor. Esta obra, junto a Fedro, propagó la idea del amor platónico, término que, como sabemos, no significa precisamente "amor por los platos".

Por su parte, los romanos nobles lucían sus mejores galas para asistir a los banquetes, vistiendo con túnicas y adornos florales que les proporcionaba el mismo anfitrión de la tragantona. Fue el emperador Nerón el más imaginativo, eficiente organizador y promotor de los "festines-bacanales", campeón absoluto de estas lides durante el Imperio Romano.

Sin embargo, el banquete más famoso de todos los que se celebraron en Roma fue el organizado por Trimalción, personaje de la novela El Satiricón, obra del célebre Petronio. En esa ocasión, se llegó a contratar a los mejores escultores de la época para crear verdaderas obras de arte durante la presentación de los manjares ofrecidos; convoyados, además, con ninfas y efebos para ser también "saboreados" por los invitados.

El gran Julio César dispuso celebrar, por todo lo alto, la victoria sobre Pompeya. Invitó a doscientos mil comensales a su mesa, entre ellos a Brutus —no imaginaba entonces el César lo que esa amistad le costaría—, y cuando conoció los fabulosos gastos de ese fiestón, cuentan que repitió: "Alea iacta est".

En la Edad Media tuvo lugar el fastuoso banquete organizado por Ricardo II de Inglaterra, quien invitó a los dos mil barones más ricos del país. Para el convite se necesitaron doscientos cocineros que elaboraron los manjares servidos. Cómo estos "chefs" se habrán puesto de acuerdo para confeccionar el menú, todavía es un misterio.

Fue el monarca Enrique VIII de Inglaterra, gran aficionado a los casamientos (diez), a las comilonas, las fiestas y las decapitaciones de sus amantes esposas (seis), quien estableció esta extravagante normativa respecto a los banquetes: "Un cardenal tiene derecho a que le sirvan nueve platos. Un lord del Parlamento, a seis. Y un ciudadano que tenga ingresos de por lo menos quinientas libras anuales, a tres".

Es también inusitado el multitudinario banquete que organizó, en 1852, el chef Alex Soyer, del muy selecto Reform Club de Londres. En Navidad, invitó a cenar a veintidós mil pobres de la ciudad. Aunque en la actualidad es costumbre hacer comidas colectivas para los pobres, en las fiestas pascuales el Sr. Soyer no se limitó solo a dispensarlas, sino que dio un servicio con todas las reglas y etiquetas de la buena mesa.

El banquete, desde siempre, ha sido una ocasión oportuna para demostrar las buenas relaciones y confraternidad de un anfitrión en particular o de una organización social, política o empresarial con sus convidados.

La selección del menú, así como el número de invitados, la distribución de las mesas, la decoración y las actividades de relaciones públicas son esenciales para organizar un banquete exitoso. Conseguir el mejor de los resultados, con el menor presupuesto posible, constituye hoy un asunto de extrema prioridad; sin dudas, una tarea ardua, paciente, cuidadosa y a veces apocalíptica para muchos bolsillos.

Fuente: Revista Excelencias Gourmet No. 64

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