Comer una tortilla ceremonial es conocer su historia en cada bocado, es disfrutar y saborear, es comprender las tradiciones y la cultura otomí, es viajar a través del tiempo, remontándonos alrededor de los años 1521 a 1525, cuando los otomíes llegaron a Chamacuero, hoy conocido como Comonfort, Guanajuato, México. Es, en definitiva, comprender por medio de cada sello o troquel labrado a mano – en madera de mezquite – la profundidad de un acervo, su sincretismo o mezcla de lo indígena y lo católico tras la colonización. Su valor es incalculable, pues cada uno lleva una deidad al igual que su legado familiar.
Anteriormente se le llamaban tortillas pintadas, tortillas selladas o de molde. Se le comenzaron a conocer como “Tortilla ceremonial” después de una investigación a partir de los años noventa. Su técnica es sencilla y a la vez compleja; se pinta el troquel con la parte central de la mazorca de maíz, una vez que se desgrana el maíz criollo – que en México se conoce como olote –, y así le ponemos un tinte natural. El más común es el que preparan infusionando una hierba llamada muicle, con un color morado intenso que, al agregarle limón o bicarbonato, cambia su tonalidad. Con él se plasma cada tortilla de maíz y su color no afecta su sabor.
En las festividades, las cocineras tradicionales acompañan las tortillas ceremoniales con sus recetas ancestrales. Para todas ellas es un orgullo, pues cada uno de esos guisos trasmite todo su amor. Elaborarlas es como una devoción, una forma de celebrar sus raíces profundamente ancladas en la tradición otomí, su cultura madre, de la que viven la mayoría de los guanajuatenses. Como hace cientos de años, las tortillas ceremoniales se siguen elaborando, lo que simboliza una ofrenda, un sello familiar que pasa de generación en generación. Para los otomíes, por tanto, representa una forma de preservar el vínculo con sus antepasados, a través de las festividades comunitarias.
Cuando conocí las Tortillas ceremoniales de la mano de la cocinera tradicional otomí Consuelito Venancio, hace una década, descubrí esta tradición que es todo un ritual, una ceremonia. Cocinar con humo, como acostumbran hacerlo, fue algo muy especial, ya que se puede sentir la generosidad que hay en ellos por compartir sus alimentos y sus conocimientos.
La cocinera me comentaba que, cuando ella quería sembrar, miraba al sol y a la luna y ellos le guiaban. Me mostró su maíz criollo, el cual nixtamalizó y enseguida comenzó a moler en un metate de piedra volcánica. Una vez hecha la masa de maíz, realiza su ceremonia, consistente en pensar en sus ánimas, en lo que ellas le trasmiten y le enseñaron. Antes de cocinar las tortillas ceremoniales, hace un “lele” - en otomí significa “bebé”–, un trocito de masa que va a tener la figura de un bebé, ya que donde hay un bebé hay armonía y amor.
Este “bebé” lo ponemos en el comal de barro, como forma de proteger nuestros alimentos y pedir permiso a las ánimas para comenzar a elaborar nuestras tortillas ceremoniales en ese comal de barro, de manera que nuestras tortillas y guisos nos llenen de energía, felicidad y nos traigan paz.
La historia de las tortillas ceremoniales es aún más profunda de lo que he intentado describir; es sentir mis raíces, es quizás el uso de la tortilla como un símbolo cristiano, como un elemento de fe. Por ello que te invito a disfrutar de nuestras tradiciones con todo sentido y con todos los sentidos.
